Vivimos en una época de síntesis forzada, derivada de la falta de tiempo. En esa vorágine, dudo que las futuras generaciones encuentren la inspiración que nosotros buscamos en frases épicas de Wilde, Platón o Einstein, en tweets de una noche de borrachera viendo Eurovisión. Pero creo que, aunque en dos días nadie se acuerde del culo de Chanel, ni de la letra de «Stefania», resulta curioso cómo la gente busca reafirmar tajantemente sus opiniones en lugar de ponerlas en cuestión, que es lo que hace de una creencia, algo sensato y duradero. O, al menos, así era cuando la filosofía formaba parte de la educación básica, y de la vida.
Las opiniones son libres. Lo que a mí no me gusta nada es que hemos perdido la capacidad de enfocar los asuntos desde diferentes perspectivas. Y Eurovisión, con y sin Chanel, es un buen exponente de ese problema. Ya que el juicio tiende a la subjetividad de limitarlo todo a un puesto, en este caso bueno, al chovinismo nacionalista, a la risa obvia del «mezcluje» o a la discusión airada de los que luego dicen que no tienen tiempo para nada.
Un análisis exhaustivo requiere tiempo y argumentos. Y la realidad es que la pena es que no se utilice la influencia de un festival como Eurovisión, para mejorar a la parte influenciable de la población. Una cosa es el gusto particular de cada uno, y otra que ninguna televisión, ni radio, ni periódico, haya perdido tiempo alguno en indagar en el trasfondo de la actuación de Chanel y el tránsito que separa la ilusión de una niña, el trabajo de una vida corta, pero entera y una actuación en la que más allá de contextos, letras y guiños con más o menos gusto, tiene detrás horas de mejora ante el espejo, clases de baile y canto, la fortaleza mental de haber sido rechazada, el punto de suerte y casualidad o el hecho de asumir debilidades dejando en otras manos el maquillaje de tus carencias.
El Telediario del día después se hizo eco de la cantidad de niñas que se habían apuntado a academias de baile para «perfeccionar» su movimiento de culo. La parte ultraderechista del país, jugaba a menospreciar el mensaje del «Ay mamá» o la multiculturalidad de Tanxugueiras limitando todo el éxito a una foto de Chanel envuelta en la bandera de España.
Fuera del contexto real, obviado el esfuerzo que cuesta hacer realidad tus sueños, vendiendo conceptos menos factibles de lo que un niño influenciable puede pensar, o perdiendo el tiempo en comparar la teta de Rigoberta con el culo de Chanel. Y ahí se acaba todo. Por que es la limitación de un debate que podría mezclar política, sociología, psicología… al más simple de los absurdos.
Mi abuelo decía que España es así: limitada, cuadriculada, oportunista y que solo mira al lado que le interesa, en el momento que le interesa. Y así va, de culo, y al descubierto, sin matices, sin análisis, sin variedad y sin discusión productiva.
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