Cambiar el mundo requiere tiempo, pero un concierto es la escusa perfecta para empezar a intentarlo. Una coach, dos cervezas, gente que huye del tardeo oficial, o baja del mercado del diseño y busca alternativas en una calle en la que se mezclan Guardias civiles, beatos de Iglesia, la asociación ornitológica de Alicante y el «antro», en cuestión, que pone al servicio de los inconformistas la opción diferente, llámese Acapvlco, Galla Ciencia, E, o en el caso del sábado: Rosy Finch y Árida.
El debut como cicerones de Ouija music fue muy, muy placentero: Mayoría de mujeres sobre el escenario, entre el público chicos de apenas 20 años, que aunque aún no lo sepan son los principales beneficiarios del auge cultural de Alicante, mezclados con los que nunca faltan y el toque preciso de rabia espontánea sobre las tablas.
De primero, Rosy Finch, mi grupo favorito de Alicante. ¿Qué por qué es mi grupo fetiche? por que rompe con todos los putos estereotipos de esta ciudad: viste la elegancia de otra manera, canaliza el ruido, convierte en música la exasperación de toda la morralla alcoholizada de les festes y saca la vena gaztetxera que me crió. Como les pasa a muchas bandas así, tienen más éxito fuera que en casa, pero bueno, hacía mucho que no dejaban ver su grunge del siglo 21, o stonner como lo llaman ahora, por estos lares, así que, fue más fácil que nunca dejarnos envolver por la crudeza de sus riffs y sus bucles y ratificar que es hora de que los lobos dejen de esperar y muerdan una continuación del Witchboro, que esperemos no tarde en llegar.
El segundo plato, fue un cocido madrileño cocinado a fuego lento por un dúo de esos que te hacen pensar ¿cómo coño pueden hacer tanto ruido entre dos personas?
Descubrimos «despertar» el LP que Árida publicaron en julio a lo largo de la semana pasada y nos hemos pasado toda la semana recorriendo los veintipico kilómetros que separan Alicante y Novelda con el cd a toda hostia en el coche. El concierto fue como una continuación del viaje, sin volante, con la posibilidad de saltar y menear las menguantes melenas que nos quedan y, sobre todo, deshinibidor.
Se respiraba buen rollo en general, de hecho, Mireia y Elena, se animaron a acompañar a los madrileños en «sangre y ausencia». Fue un poco desastre el experimento, pero muy divertido.
Y de postre, Ambrossía. Quedan muchas cosas que hablar para cambiar esta ciudad, pero de alguna manera hay que empezar y hay proyectos flotantes que quizá se materialicen más pronto que tarde.
La ilusión está ahí, vivirla depende sólo de nosotr@s.
Anónimo dice
¡Buenísimos Rossy Finch!