Tras tres días de desenfreno festivalero iba a ponerme a escribir las pertinentes crónicas, pero tengo una extraña sensación de todo lo que he vivido en Benidorm…
Como amante de la música que lleva más de 20años yendo a conciertos y 10 escribiendo sobre ellos me da la sensación de que el tema se nos ha ido de las manos. No sé si es una cuestión de nostalgia, de cambio a la hora de entender lo que debe de ser un concierto o qué, pero la forma de vivir la música ha degenerado mucho. Tras tres festivales había llegado a la conclusión de que en todo esto la música fue el punto de partida, pero a día de hoy, vivo momentos en los que no sé si estoy en una feria del ganado, en el circo romano o en un matadero a gran escala.
Todos son selfies, vídeos cutres, alcohol y drogas, exageración de la amistad… pero cuando te pones a hablar de música con la mayoría de los presentes, te das cuenta de que literalmente es algo secundario, que en el escenario podría estar tocando Maluma, Ricky Martin o Isabel Pantoja y estarían haciendo exactamente lo mismo.
Que sí que Izal no es Elvis Crespo, que es más moderno y que verlo te hace ganar puntos en la carrera del postureo de Instagram o de tu círculo de desconocidos sociales. Respeto que te guste, pero cuando te acercas a esa gente y les preguntas: ¿te gusta Izal? todos dicen «Claaaaaro, a quién no…» pero cuando indagas más allá te das cuenta de que lo que les gusta en realidad es «La Mujer de verde», «mi realidad», «valiente», «rincón exquisito»… y para de contar. Fuera de eso, la música para ellos es lo mismo que para un oyente habitual de los cuarenta Principales: el fondo de su farra.
El criterio es nulo. El ímpetu de descubrir cosas nuevas: cero. Pagas 60 pavos por un abono y cuándo les pregunto por integrantes del cartel como Runa, Perro, Mujeres… o incluso Belako, me miran como si estuviera insultando a sus madres, me dicen que ellos vienen a ver a Chemical Brothers y a Izal y prosiguen llenando las memorias de sus móviles con vídeos efusivos de gente, como ellos, que espera a que suene el siguiente «hit comercial».
La prueba inequívoca es que en el escenario pequeño, donde realmente puedes paladear la esencia de la música que está por venir, hay apenas 100 personas, mientras en la zona de dj´s, hay una acumulación de Borregos que amplían la desdicha de llamar música electrónica a un tío pinchando, o grabando el momento hit, otra vez, con sus móviles.
Es triste, pero en el fondo esto no es más que un negocio de masas más, una moda que veremos lo que dura… Un dejavú de diez años que gana adeptos postadolescentes y envejece a los nostálgicos. De hecho hay muchas bandas que entienden esto así, como algo monetario que requiere un camino de mamadas y de barro tragado, para una vez en la «cima» repetir 30 veces en un verano el mismo puto repertorio. Todo programado: nada de un punteo de los de antes, ni un riesgo tipo: voy a tocar una canción de cuando era cantautor… quizá por eso, músicos más contrastados como Christina Rosenvinge, o Santiago Auserón, se prodiguen menos por estos lares festivaleros. Como negocio les da dinero, pero desde fuera es como si nada más ponerse a tocar se les notara que están a disgusto, que tocar en una sala les resulta más cómodo o que convencer a cuatro garrulos que no quieren escucharte es más un suplicio que un reto.
Lo dicho, mucha tristeza y nostalgia recordando cómo empezó todo con el buen rollito entorno a conciertos pequeños que fueron haciéndose más grandes y multitudinarios. Ahora todo esto no es más que un paquete de vacaciones con tragos a 7€, comida de foodtruck, experiencias alternativas, camisas hawaianas, siestas con gintonics y sucesiones de hits con sensaciones extrañas de nostálgicos que buscan en el escenario vacío la sensación del calor de una sala: sin selfies pero con oído.
Completamente de acuerdo con la reflexión. La diversión es difícil de cuantificarse pero quizás no se debería vender como evento cultural, quizás debería dejarse claro que no deja de ser otro producto de ocio orquestado por algún que otra empresa. Curioso que siempre se repitan las mismas marcas, los mismos formatos de difusión y por supuesto…. Las mismas bandas.
Podréis decirme que yo he elegido ir, que nadie me ha obligado pero la nostalgia…. Además no dejo de ser un gran gilipollas más.
Empezar un artículo con frases tipo «Como amante de la música que lleva más de 20 años yendo a conciertos y 10 escribiendo sobre ellos…» garantiza una buena dosis de esnobismo cultural. ¡Claro que si! Que difundir la cultura alicantina no nos impida insultar a toda la gentuza que no la consume de la forma correcta. Para cuando el cuestionario en la puerta de los festivales: «Dígame el título de, al menos, 5 canciones de Izal», «¿Lleva gafas el bajista de Mujeres?»… «BORREGO ALERT!! Lo sentimos, pero no podemos permitirle el acceso. De lo contrario un buen puñado de puretas se sentirán incómodos». Por otra parte, creo que nadie se había dado cuenta de todo lo que expones en el artículo.
Hola macKaye!
Sí, muchos se dan cuenta de lo que expongo, pero pocos (o casi nadie) lo escribe. Por otra parte, creo que para originales los adjetivos Snob y viejo. Pero bueno, no sé si nos lees mucho, pero precisamente éso es lo que se «vende» aquí: la búsqueda de algo diferente. De ahí, que como en otros tiempos, o ahora en el Fuzzville, el Funtastic, el Hula Rock Party, el Eat My Soul, el Transtropicalia… u otros festivales más pequeños vivimos otro tipo de sensaciones: comparamos y las contamos.
Un saludo
Me encantan este tipo de criticas aunque haya algunos que no las pillen Mas que snob me parece coherente con el discurso en general del blog, el hitismo es una mierda. Dicen que ha habido 80.000 personas en el recinto. Yo seguí los itinerarios que proponian en Alicante Live Music y lo cierto es que había conciertos muy buenos sin apenas público. Tal como yo entiendo el artículo es logico sentir pena, no creo que tenga que ver con borregos, ni criticas mas allá.
Si os sirve de consuelo a mi me vino muy bien descubrir a Woods, Runa y otras bandas como mujeres que he podido ver en directo tranquilamente sin gente sacandose fotos, ni otras cosas que tampoco entiendo demasiado bien.
Sr. redactor, totalmente de acuerdo con su reflexión.
No se le puede negar coherencia a este artículo de opinión con la linea que sigue el blog. Sin embargo creo que hay aspectos del fenómeno festival que escapan del análisis. Supongo que casi todos los que hemos disfrutado de un buen concierto en una sala encontramos dificil encontrar el mismo gusto en los recitales contrareloj que ofrecen los festivales. No hay bises, todo está planeado, y salvo honrosas y agradecibles excepciones el formato se usa igual para Jerez, Aranda de Duero o Benidorm. 45-50 Minutos, un poco de lo nuevo, algo de los hits y adiós.
Pero en un evento de más de 10.000 personas, es muy dificil encontrar tanta gente que busque en una tarde disfrutar sin pausa concierto tras concierto.
El festival milenial se ha convertido en algo más que un evento músical, nos guste o no. Los selfies, los influencers y el instagram son parte de la cultura del ocio de los últimos anyos, nos guste o no, y creo que es injusto reclamarle a un evento multitudinario ser un refugio de lo que está de moda en las calles. Más aun en un evento que se celebra al sudeste mediterraneo ibérico. Puede gustar más o menos, y coincido en que puede ser molesto compartir posición frente al escenario junto a gente que no le interesa en absoluto la música que esta viendo, pero es parte del precio a pagar por tener tanta opción de escuchar música continuadamente.
Quien quiera ver a los grupos que puede ver 4 veces al anyo en su ciudad y corear por enésima vez lo que lo lolololea cada fin de semana cubata en mano puede hacerlo. Quien quiere explorar escenarios pequenyos y nuevas propuestas también. Y quien quiera combinar exaltación de la amistad con un fondo sonoro que le retrotae a su infancia junto a recién conocidos o a otros que solo puede ver una vez al anyo también tiene el derecho hacerlo. De igual manera que el que revindica el uso recreativo de la química sobre el cerebro humano como modo de escapismo. Me apenaria perder de los festivales a danzantes de cara desencajada.
Entiendo que haya a quién le moleste, y que busque una experiencia puramente músical en un festival, pero creo que como en una microciudad, no se puede esperar una idea común de ideal de festival a partir de ciertas dimensiones.
Tengo mis reservas sobre muchas modas, y coincido en que la uniformización indumentaria y de ciertos hábitos puede parecer borreguismo, pero creo que es necesario que en un festival haya todo tipo de consumidor.
Por mi parte cómo más lo disfruto es poniéndome en la piel de cada uno de los visitantes (o lo que puedo) en ciertos momentos de cada dia, pero esto no es más que una opción cómo otra cualquiera.
Y se agradece mucho los que tras el cansancio, la resaca o el hastío, se toman la molestia de dedicar un tiempo a compartir lo que ha visto o piensa.
Gracias!