Serrat, mi niñez y los sueños versados de una noche de verano en Alicante.

Nosotr@s que nos rodeamos de gente tan moderna que cuando oye hablar de Serrat piensa en Joana en vez de en Joan Manuel, y que, a diferencia del mejor de los cantautores que ha dado la península, es más que probable que nunca podamos decir que hemos dedicado 50años seguidos a hacer algo en esta realidad en la que seis meses de monotonía, o gusto laboral,  ya es una eternidad… tenemos un pasado de cocinas musicadas en las que la comida se sazonaba con la voz de Carlos Cano, Machín, Camarón, Perales, Nino Bravo… o claro, Joan Manuel Serrat.

Las tatas de entonces, o los malcriados que jodíamos con la pelota, ahora somos maduritos que hacen una cola kilométrica, alrededor de una plaza de toros, para coger un buen asiento en el concierto. Posiblemente, sea porque tenemos mucho que agradecerle a ese simpático hombrecito que nutrió de cultura  la conciencia de la mayoría de los presentes con poemas propios, de Machado, de Alberti, de nuestro amado Miguel Hernández, de Neruda o de León Felipe.

Ahora que la educación está en desuso, sigue habiendo aristócratas de barrio que aman la música de ese  catalán que hizo famoso a Massiel  negándose a cantar el «lalalá» en la lengua que trataba de imponerle el «Gobierno» que lideraba un enano cabrón.

Por suerte, ese profesor de historia musicada, que daba rienda suelta a nuestra imaginación con mujeres como Penélope o Lucía a las que no teníamos el gusto de conocer, aguantó más tiempo en la cumbre que el dictador (que sobrevivió 36 largos abriles dando por saco). Y con 50años de carrera a sus espaldas, volvió a visitarnos con su disfraz de inmortal.

A eso de las diez y cuarto, nuestra niñez se subió al escenario vestida de negro. Nuestra madre y la del resto de los asistentes no podían faltar a esta cita con nuestros tiempos de puericia, y esa canço del bressol, que tan bien describe lo que los parcos en palabras nunca supimos decirle a nuestras progenitoras de otra manera, abrió una noche mágica en una plaza sin toros.

Y es que de vez en cuando la vida nos pasea en volandas y nos da la oportunidad de soltarnos el pelo y romper el hechizo que convierte el hierro, que resiente nuestras espaldas, en diversiones de cartón piedra. Y así, con pantalones cortos y la marca de un sopapo merecido, nos pusimos funámbulos como el gato de la canción mi niñez y aunque se hubiera hecho de noche acompañamos con los tarareos, heredados de nuestras mamás, la canço de la matinada.

La magia tiene cosas como que la ciudad con más fama de corrupta se convierta en un pueblo blanco, o que el señor que marca las diferencias quede disculpado por: Machado, el personal encrespado, los que estaban demasiado lejos de la barra para aliviar los calores con una cerveza y los niños silvestres que mueren porque los acaudalados salvajes no escucharon a Serrat cuando eran pequeños y, todavía, se podía hacer algo por sus conciencias.

Debería ser algo personal, y todos debiéramos alistarnos en el ejercito de Joan Manuel y su cruzada de cruzarle, valga la redundancia, la cara a los eunucos que fanfarronean  y mienten con demasiada naturalidad.

Por suerte, en la vida hay cosas, como el amor, que distraen nuestros pensamientos y dejan nuestras mentes en blanco, mientras nos sirven esa cerveza que nuestros gaznates habían convertido en innegociable. 

Ya lo dice la canción: Para la libertad, sangro, lucho, pervivo (y bebo cerveza), porque no está la cosa para que después de tanta batalla, días de hospital y noches en cautividad, nos acabe matando una simple lipotimia. Así que paliada la posibilidad de morir deshidratados, nos dimos cuenta de que poco importan los años que tuvieramos hace veinte años, si, como entonces, mantenemos intactas las ganas de reirnos de la vida, con el mismo arte con el que lo hizo el maestro desde su silla, con un cubata en una mano y la vitalidad empuñada en sus ganas de cantar que hace 35años tenía treinta y tantos y que, ya que ha llegado tan lejos, y se ha forrado con los cálculos de lo que rentan las matemáticas tergiversadas de los gustos y los juicios parciales, porque rendirse ahora ¿no?

La noche estaba para que un cantábrico como yo, sintiera como propio el influjo del Mediterráneo. ¿qué más da la playa en la que jugáramos? la niñez latía como si nunca se hubiera marchado, y los nombres que saben a yerba colapsaban nuestros besos de dentadura postiza y esos abrazos con la fuerza que nos dejará, algún día, la artrosis. 

Parecía que el jaleo y el razonamiento iban a pasar a mejor vida, pero ¡ay mi amor! estamos en los tiempos de la igualdad y si nos acordamos de las madres, también hay que recordar el momento serio del día con el pare apareciendo por la puerta, con olor a dignidad y a hierro de fábrica.

Si la vida ha sido tan maravillosa es porque hace años que nos despertamos con el hoy puede ser un gran día, porque mientras la monotonía y la mediocridad no digan lo contrario, las oportunidades están ahí y es mejor consumir la vida a granel, que pasar el tiempo quejándose por todo. Por eso, aunque el despertador dijera lo contrario, no era un buen momento para dejar de soñar…

Y optamos por abrir la senda del Caminante no hay camino, entre otras cosas porque, soñando o no, no hay mejores huellas que seguir que las palabras de amor que siempre nos separaron de Lucía. Y aunque es imposible resumir cincuenta años de carrera en un par de horas, hay que reconocer que la felicidad es comprobar que aún nos quedan cosas por hacer, pasiones por vivir y conciertos de Serrat por ver. Quizá no sean muchos, pero los que sean merecerán la pena.

A falta de ella em deixa (que no sabemos porqué no aparece en el Spoty) este es el repertorio que nos regaló el maestro el pasado miércoles 29 de julio en la Plaza de toros de Alicante.