¿Cuántas veces miras tu móvil cada día? y ¿cuántas de esas veces mirarlo te supone algo gratificante o imprescindible? ¿Podrías pasar 24 horas sin mirar la pantallita?
Pues eso. Que hace tiempo que el móvil dejó de ser un simple teléfono, no hace falta que os lo diga yo, ni un estudio de Harvard. Lo que no es normal es que lejos de llamadas, fotos, speachs y demás chorradas se esté convirtiendo en una de las causas de accidentes más habituales que hay hoy en día.
La idea de un carril para adictos al móvil con la que ironizaba en mi libro, no parece tan descabellada, después de escuchar a un responsable de tráfico hablando de la última campaña para evitar las distracciones al volante que provoca la «pequeña pantalla» o a un militante de la bicicleta quejándose de que esquivar «zombies narcotizados» se ha convertido en un deporte de riesgo y, por ende, en la mayor causa de accidentes. Ya que aunque creamos que tenemos una capacidad de atención superior, un repaso a tu muro de Instagram puede absorber tu visión, tu concentración, tus oídos… y todos los sentidos que evitan que te choques contra otro viandante, una bici, un coche, una farola… o una pared (sí, vi a un ceporro aturdido porque se había pegado un hostión contra una pared por ir mirando el móvil).
Retomando la entrevista al amigo de las dos ruedas… puse ojo avizor para saber si esa referencia era o no una exageración. Y la cruzada se ha convertido, literalmente, en una obsesión. Sin Obviar, claro está, que los niños han sustituido la comba y el fútbol por el recreo autista, o que ya no hay forma de ver un concierto sin que alguien te joda grabando el bolo como si fuera un cámara de la vieja BBC, ayer salí con un detector de casos flagrantes de despiste.
El primero, nada más salir del portal. 3 señoritas de mediana edad crearon una barricada mirando vaya usted a saber que vídeo chorra en el móvil de una de ellas. Aquí el manido civismo, tampoco tiene cabida, porque la abstracción personal de cada uno la paga quien te sigue: teniendo que ralentizar el paso, escuchando tu conversación, el sonido al máximo del móvil o haciendo virguerías para esquivarte y no llegar tarde al trabajo.
Tras eludir a dos viandantes sin ojos (fuera de la pantalla) y salvar a una niña que iba a cruzar la calle sin mirar (primero de educación vial), me fui preguntando quién necesita un móvil, cuando en la misma calle hay entretenimientos como dos encorbatados hablando solos a los que que en tiempos de «alguien voló sobre el nido del cuco» hubieran encerrado, personajes varios riéndose solos, también, mientras miran cualquier cosa en sus pantallitas, ó esas repipis que van grabando sus pasos en una videollamada, o un live de Instagram.
En un semáforo, me uno a la conversación de dos ancianos escandalizados con el enganche de la generalizada espera mirando el aparatejo: ¡Maldita hiperconexión! que nos hace mirar, de media, más de 100 veces al móvil cada día. Que sí que, como decía el viejo, hay que estar informados y no es malo saber lo que está haciendo tu amado influencer en cada momento. Pero esa inmediatez ridícula nos está aislando hasta puntos exagerados:
Ya nadie te dice «buenos días» cuando entras a un autobús, o a un establecimiento cualquiera. Ya no hay conversaciones cuando esperas tu turno en la pescadería, o en la cola de hacienda. El 65% de la gente volvería a casa si se le olvidara el móvil y casi el 80% de los españoles sería incapaz de pasar 24horas sin su dosis de tontería «empantallada». De hecho, los jóvenes menores de 25 años son incapaces de pasar más de 7 minutos sin mirar si tienen notificaciones.
Nos creemos libres, autónomos, diferentes… pero no somos más que unos esclavos de la globalización por eso me he autoprescrito sociabilidad. Ahora temo por mi vida y he decidido prescindir del móvil mientras no esté parado, sentado o en una situación que no me ponga el peligro a mí ni a quien pueda venir hacia mi. También he seguido un buen consejo, y ahora cuando me siento a comer con alguien, le invito a dejar el aparatejo sobre la mesa y quien lo levanta durante el asueto con viandas, paga (lo que me está ahorrando unos cuantos gastos, porque de siete comidas, sólo en una empatamos y pagamos a medias).
Yo no dudo de la importancia de la última publicación de tu ídolo, ni de si es o no importante que respondas inmediatamente al último whatsapp que ha llegado a ese grupo de acumulación de sandeces o que te pierdas una storie de Instagram que va a estar ahí las próximas 24 horas.
Quizá te marginen por querer recuperar viejas costumbres como la conversación, el placer de escuchar el agua del mar en la playa, la lectura, la imaginación… pero te aseguro que hay tiempo para todo y que merece la pena que el contacto con el mundo sea directo, no virtual.
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