Cuesta saber lo que es justo y lo que no en estos tiempos de pandemia, pero lo que es seguro es que los que deberían tener responsabilidades siguen escurriendo el bulto, mientras los que estamos sufriendo en nuestras carnes la crisis, seguimos pagando por la incompetencia de esos palos de ciego que empiezan a cansar al personal.
No es que no asumamos la responsabilidad de contribuir a que el país siga funcionando. Pero clama al cielo que mientras los políticos, los asesores, los funcionarios, los directores de «locales» públicos (museos, teatros…) puestos a dedo, etc. siguen cobrando sus 14 pagas, con el incremento del IPC anual incluído, a los autónomos nos suben esas cuotas, que están masacrando a los que en esta pescadilla que se come la cola, pagamos la ausencia de conciertos, el cierre de salas, las variaciones en los horarios de apertura de bares y la puta incertidumbre que lleva retrasando el final de esta pandemia, ya, más de 6 meses (y lo que queda).
Hay que salvar la economía, la Navidad, la Hostelería… pero, al final, lo único estable es el dinerito que les llega a ellos cada mes. Ni uno solo de los políticos de esta provincia se ha bajado el sueldo con la crisis. Y sí, ha habido una ayuda (en 10 meses) de 750€ para autónomos. Nos exhimieron de pagar la cuota durante 3 meses y es cierto que algunos ayuntamientos han puesto de su parte montando medidas efímeras que ayudasen a comerciantes, a la cultura, a los hosteleros, a los artistas…
El problema es que el optimismo brilla por su ausencia. Y a 7 de enero, los únicos pagos que tengo pendientes del 2020, son de instituciones públicas. Casi 6.000€ de deuda que nos han dejado sin navidades, con la duda de qué será de nosotros este año, sin poder ir al paro (porque si, definitivamente, no pagan, tenemos que seguir dados de alta…). Además, mientras los festivales, salas, etc, responden en dos o tres días, a nuestros presupuestos/propuestas para el 2021, el 90% de los Ayuntamientos ni siquiera responden a nuestros mensajes/llamadas/propuestas, en estos tiempos en los que uno no debe acercarse a tener reuniones o a quejarse, porque tampoco es que haya muchas ventanillas abiertas, ni las citas previas funcionen, del todo, bien.
Este año a los Reyes, más que cosas materiales, les hemos pedido empatía. Si los políticos salieran a la calle, a lo mejor tomarían otras decisiones, o nos las harían llegar de otra manera. Y, seguramente, si los funcionarios vivieran en sus carnes los dolores de cabeza que supone esta incertidumbre de no saber qué va a pasar, o cuando vas a cobrar, cogerían el teléfono, responderían a los mensajes y firmarían las facturas antes de irse de vacaciones.
Si algo ha demostrado esta crisis es que el sistema está podrido. Más que nada, porque no es bueno que el que tiene que ayudar viva rodeado de certezas, mientras que el que necesita ayudas se muere entre supuestos. Las promesas y las políticas funcionan en la cabeza de algunos, pero en la realidad, quizá, los números y las matemáticas deberían hacerse con una dosis de realidad que, por desgracia, la mayor parte de los restadores públicos no tiene.
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