A medida que «marte», «quarqom» «zanzibar» o «Biesca» iban sonando, los pálpitos de la regeneración se hacían más evidentes. La gente que nos rodeaba, desfogaba sus temores gritando, levantando sus puños, dibujando cuernos con sus dedos, botando hasta llenar de sudor las sobaqueras de sus camisetas negras… El influjo de la música contagiaba a todos y cada uno de los presentes. Nadie era ajeno a la letra silenciosa de «kitsune» rehabilitando el positivismo necesario para que la tormenta perfecta acabase de completarse.
Toundra y la banda sonora del cambio.
El cambio, antes de vivirlo hay que soñarlo… quizá por eso el viernes íbamos merodeando por las calles colindantes de la stereo buscando una B.S.O para eso que los comicios del domingo acabarían ratificando.
La rabia acumulada en estos años exigía un punto de distorsión guitarrera. Después de tanto discurso electoral baldío y tanta mentira, era evidente que las palabras sobraban. Había llegado el momento de los hechos y, para ello, nada mejor que la vida in crescendo representada por una canción de Toundra en mitad de una noche de cierre de campaña electoral.
Era la primera vez que el grupo madrileño visitaba nuestra ciudad y viendo la expectación que crearon, no es descabellado pensar que, a partir de ahora, nos visitarán más a menudo. Con su cuarto disco recién salido del horno, avalados por una discográfica que hace tanto por la distorsión como Holy Cuervo (his majesty the King, Biznaga…) y la colaboración de la locura irremediable de Producciones Baltimore… llegamos a la Stereo predispuestos a divertirnos escuchando.
Nos tomamos la primera cerveza disfrutando el espectáculo de luces y sonidos de MKM, un grupo experimental local al que no teníamos la suerte de conocer. El rato trip hop nos sirvió para relajarnos, tomarnos la budweiser y conversar.
Con la expectación a flor de piel, vivimos de cerca el cambio de bártulos del escenario hasta que un canto de pajaritos anunció que la paz había terminado. «Strelka» desató los nudos de nuestra arritmia mental y fuimos entrando en un estado fractal refugiados en el mensaje instrumental que transmitían desde el escenario.
Los cuatro jinetes del apocalipsis se habían transformado en músicos y, despreocupados, se limitaban a hacer crecer el sonido, las notas, el ritmo y las pautas que hacían que el público vibrara con cada momento.
El cambio resultaba factible, recordamos un momento parecido con un concierto de the Fractal sound y Giranice que casi acaba con los cimientos de la iglesia de Orio. Esta vez, los «objetos» a derribar eran el pasotismo, la ignorancia, el miedo y todas las excusas que frenaban el cambio.
Sólo faltaba el final… pero lejos de conformarnos comiendo perdices, nos dimos de bruces con la primera mascletá de las hogueras tocada en pleno mes de mayo con guitarras, un bajo y una batería.
La locura, de repente, hizo factible el cambio que habíamos venido a buscar; entendimos que la lentitud y la cadencia no son más que el argumento para que valoremos la contundencia y la fuerza que hace que los cambios que soñamos se hagan realidad.
Y al igual que en una canción de Toundra, la vida pide progreso, solo hay que saber matizarlo y tocarlo en el momento preciso, con la velocidad adecuada: la ideal para que un viernes de cierre de campaña sea un día ilusionante, para que un concierto sea su mejor parte y para que el mensaje se extienda como una banda sonora de cuatro discos que, sin palabras, dicen más que todos esos políticos que hablan tanto y que no dicen nada.
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