Hacía mucho tiempo que no me pasaba un sábado sin música en directo. El puto fútbol hizo que los programadores se cogieran vacaciones, se suspendieron seis o siete bolos por el simple hecho de no competir con los garrulos del Madrid. Así que aproveché para ir a la playa, pasar una buena tarde con los amigos y cenar con ellos, alejado de mi rutina sabatina habitual.
Quizá por éso, el domingo me desperté tan ocioso… fui a comprar croasanes cruzándome con gente borracha con camisetas blancas. En la cola de la pastelería había un tío con una playera del Hércules rebatiendo burlas y orgulloso de ser alicantino «hasta en el fútbol».
Un viejo muy sonriente le increpaba, sin cortarse: -«perdedor»-
Y el herculano, con dos cojones (eso sí) le rebatía: – «mucha Copa de Europa, pero tú has ganado lo mismo que yo: ni un duro» -.
Éso es cierto, e indignante a la vez. Pero a mí hace tiempo que el fútbol me la suda. Y no porque no me guste (he pasado grandes momentos en un terreno de juego y fuera de él), sino por los valores asquerosos que transmite desde que se ha convertido única, y exclusivamente, en un sucio negocio.
Desayuné con mi novia pensando en Londres y ojeando la agenda cultural del domingo. Y no nos resultó difícil llegar al acuerdo de pasarnos por Las Cigarreras a ver el Mercado del Diseño.
Allí, comprobé que no era el único, en esta ciudad, al que el fútbol le daba igual.
La caja blanca, sí blanca, estaba llena de gente ojeando stands de joyería artesanal, camisetas, curiosos elementos de decoración… los niños se entretenían en el taller de la entrada, mientras algunos curiosos descubrían que en Alicante el talento se trabaja de muchas maneras. Piqué una camiseta y unos calcetines, me quedé con unas cuantas tarjetas, por lo que pueda pasar, y me dediqué a la tradición del domingo que más me gusta: el vermú.
Hacía mucho calor en el jardín vertical, pero Vera Green merece un poco de sudor. Nos sentamos a escuchar un rato, en las gradas (porque las mesas a la sombra estaban repletas), los niños bailaban, los padres divorciados trataban de meterle el gusanillo de la música a sus pequeñas fierecillas preadolescentes, saludamos a nuestros compañeros de fatigas de directo de los sábados (tan «enmonados» de música como nosotros) y, antes de que acabara el concierto, nos dio por ir a ver la mascletá.
La verdad es que da gusto el espacio que había en Luceros. A diferencia de un día normal de Hogueras, llegamos hasta la valla sin problemas, y compensamos la falta de vatios del fin de semana, con la vibración de tímpanos derivada de la traca final del espectáculo. No fue la mejor que hemos vivido, pero fue la primera del año, así que nos fuimos a tomarnos el aperitivo, antes de cumplir con la segunda tradición dominguera: el arroz.
La idea era acabar el día en el Elx al Carrer, pero la pereza nos pudo y optamos por un poco de cine en casa: Elle de Paul Verhoeven, un poco de lectura constructiva con: «Punk, pero qué punk» de Tomás González Lezana y escribiendo esta especie de diario con la que sólo pretendía dos cosas: Una reivindicar el amor por lo alicantino, se llame Hércules, Elche CF, mascletá o arroz.
Y lo segundo es que se puede poner una pincelada de cultura, en forma de diseño, de concierto, o de gastronomía en esa normalidad autoimpuesta que parece no dejar hueco para cosas que no sean fútbol, siesta o beber más.
Marina Zaragoza Mayor dice
Enhorabuena por el artículo!