El éxito va más allá de un puñado de números. A veces pienso en quien fue el rapaz que dijo aquello de «para gustos los colores» y más viendo que, a medida que te haces mayor, la paleta de tonos mengua, hasta el punto de que solo te gustan (mucho) cuatro cosas.
La vida es un cúmulo de experimentaciones. Sin esas catas inesperadas todo se resume en copiar lo que otros te dicen que tienes que copiar. El mundo está lleno de clones que visten la misma ropa, escuchan la misma música, luchan por cenar, o entrar, en los sitios «de moda» y viven tan inmersos en la vorágine de la mayoría, que han perdido el gusto por probar cosas diferentes.
Ellos me dicen que no, que probar una nueva marca de ginebra es tan emocionante como ver un concierto o una obra de teatro para mí. Pero yo no lo creo. Luego están mis detractores: me llaman snob, pero lo cierto es que soy pobre y como tal, me gasto mucho menos dinero de lo que un joven de mi edad puede gastarse en un fin de semana.
Para mí ni innovan, ni imaginan, ni conocen el placer de descubrir placeres en petit comité como los que cada semana ofrecen cientos de salas casi vacías en el mundo. Es tan simple como preguntarse ¿qué te divierte? los que no lo saben dudan unos segundos, buscan la aprobación de su entorno o te dicen cosas como: «me gusta no sé que serie con un billón de espectadores» o «salir con los amigos» o «el Real Madrid» o cosas que es mejor ni saber.
Mis crónicas han acabado siendo un diario de mi forma de divertirme. Valoro desde la perspectiva que da haber estado en todos los frentes: el del artista, el del crítico, el del público, el del técnico… y desde hace un par de meses (después de cuatro años de sequía), el del organizador, o coorganizador.
He ahí la pequeña diferencia, la de poder elegir qué traer… en este caso A Aitor Penak un catalán con ascendencia eibartarra que escuché por casualidad en una de esas elaboraciones semanales de listas sobre lo «mejor de…». Nos entendimos (en euskera para no perder práctica) desde el primer momento. Nos hemos pasado meses buscando otro bolo para compensar el largo viaje desde Barcelona… pero no hubo manera, así que, la visita se convirtió en una aventura de un día.
El organizador hace de receptor (en la estación). De repente, soy un guía turístico de un tío que nunca ha estado en Alicante. Para mí fue interesante ver la visión que un «extranjero» tiene de mi trabajo, de que me pregunten, desde la ignorancia, por el potencial de esta ciudad que, a pesar de todo, vendo mejor que muchos comerciales metidos a políticos. Nos comimos unas alubias en La Cucaracha escuchando música de Los Ramones, Teenage Fan Club, hablando de Solid Pop, de arroces, de como está Barcelona en el tema concierto y de como están los conciertos en Alicante.
A las 19.00h llegamos al Clan Cabaret. Las ventas anticipadas no eran muy halagüeñas, pero el tipo sacó a relucir su profesionalidad: probó el sonido, se pidió una cerveza, saludo a todos y cada uno de los 12 asistentes al concierto y se subió al escenario.
La docena de experimentadores lo pasamos bien. Lo bueno de estos shows en petit comité es que hay un feedback que nunca tendrán con Bruce Springsteen. Hablamos entre nosotros, con el artista, con el técnico, y Aitor, aparcó su timidez mientras iba mezclando canciones, vivencias divertidas y guiños a Oasis, Metallica, Iron Maiden, Nirvana, Dut… no en forma de Covers, no, sino haciendo gracias y genuflexiones musicadas a Cliff Burton, al Sea Lion de California, al momento coquero de Robocop o al minimalismo de la primera vez, escribiendo letras en catalán, en euskera o en inglés.
Ganamos a Vigo, donde fueron a verle seis personas. Pero el tipo no perdió la sonrisa mientras repetía que «estaba encantado de tocar en Alicante». Con el éxito difuso a cuestas, dejamos al imitador de Eugenio probando en el escenario y nos fuimos al Ozú a cenar, antes de ir a ver a Perro y Cementeri a Stereo.
No lo voy a negar, ya no estoy para estos trotes de cicerone… por eso trato de llevarme a mis «invitados» a mi terreno: Una hora de punk murciano, una birra en el Söda y ¡a la cama!
Aitor se quedó con su viejo amigo Javi, al que hacía años que no veía y yo me fui a la cama con la sensación de haber encontrado un buen camino hacia el sábado en el Solid Pop.
La vida está llena de pequeños placeres y, a veces, no hay porque compartirlos con un millón de personas. Doce nos bastamos, aunque al pensarlo fríamente, me parezcan pocos en una ciudad tan grande…
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