He pasado mucho tiempo pensando que mi vida era un recorrido en dirección prohibida. El concepto «cambiar el mundo» está sobrevalorado, desde que Don Quijote luchó contra los molinos pensando que eran gigantes.
El mundo de la cultura, es algo parecido a la aventura del díscolo personaje de Cervantes: Los escollos, las paranoias, la supervivencia, el hastío, el hecho de cabalgar sobre un burro para recorrer caminos tortuosos y las satisfacciones, a medias, derivadas más, de eliminar el dolor de cabeza, que de sonreír tras un trabajo bien hecho que pocos valoran.
Los «antitodo» son mayoría. Hay que asumirlo. Y trabajar para ellos es perder el tiempo. Y por mucho postureo que haya en Alicante, no somos más de 100 los que mostramos un mínimo de interés por la cultura. Bueno, matizado correctamente, sería: interés por la forma de arte que nos satisface, porque aquí los punkies no quieren saber nada del soul, y los graffiteros, rara vez van al Maca.
De ahí que lo reseñable de un lunes de puente en el Castillo, es que más de un centenar de sillas de plástico estuvieran ocupadas para ver a un jovenzuelo de Orihuela y a un grupo de Soul más preocupado en tener buen gusto que en hacer ruido, o bases fáciles, que es lo que está de moda últimamente.
Hace tiempo me hubiera preguntado qué más necesita la gente para divertirse: además de un castillo, una exposición de juego de tronos (cerrada), una noche de verano (el sueño de Shakespeare), un ascensor, una funcionaria con ganas de pirarse a casa, la luna, temperatura de rebequita, una barra con cervezas, la voz de Nina, la esencia de la mítica Gramola de Orihuela, una Santa (Leonor), una ardilla… para qué nos vamos a engañar, estábamos los de siempre, más unos cuantos turistas curiosos completando un aforo de más de 100 personas (que no es poco).
Para abrir boca, una Ambar y un ratito de talento autóctono. La camiseta de la Velvet delataba eso que llaman «casta de galgo», tres guitarras, porque los matices son importantes, y el aire del sur de los songwriter made in USA. Sólo por el hecho de saber abstraerse de la corriente «despacito» y la globalización de la estupidez, Otto se merece un buen aplauso. Pero ¿qué queréis que os diga? el chaval nos regaló un preludio de resto de la noche perfecto. Con la timidez que caracteriza a los grandes, y la esencia de lo que será un nuevo Ep, o Lp, no me quedó claro, pero el chico se ha ganado mi expectación, tras esa ópera prima de la que Ballester Senior, debería estar orgulloso.
Pero bueno, la mayor parte de los 15€ de la entrada eran para ver, de nuevo, el directo de Morgan. Como hay que predicar con el ejemplo, me gasté medio sueldo en invitar a mi cuñado, mi hermana, mi novia, mis sobrinas (que entraban gratis) y convencí a mi cuñado postadolescente y su novia para que, también, subieran.
Sé que Alicante tiene cosas fabulosas para pasar una noche de puente, pero soy de los que piensa que una buena BSO es necesaria para que el argumento de una película acabe de ser redondo.
Conocí a la mitad del grupo protagonista en una mañana sonorámica de churros y Gintonics (no preguntéis). Vacilamos un rato a Ekain y a Nina, para que dejaran a Dinero y a Quique, respectivamente, tras el buen sabor de boca que nos había dejado el concierto de la noche anterior.
Debe ser que con tanto imitador de Miss Caffeína, se valoran más los rara avis tipo Aurora & The Betrayers, Anaut, The Excitements, los Mambo Jambo o Morgan. El quinteto madrileño, es pura elegancia, cuidadoso en sus matices, con el toque justo de rock, la voz ideal y la experimentación con el soul como punto de partida.
La verdad, pagaría 10 entradas por estar presente en el proceso de transformación de la idea principal (tipo comienzo de «Volver») en lo que se convierte, al final.
Tal vez por éso, me pasé el bolo pensando en la evolución y llegué a la conclusión de que el silencio, es el reflejo del placer. Fue un concierto, de esos que se quedan cortos. De esos en el que cada sentido se «eriza» a su manera. Un veinteañero, recién llegado del Leyendas, se sensibiliza y seca su sudor entre punteos justos de guitarra. Su chica idea un retrato ilustrado de pelo rojo y voz que simula el roce de la afonía, la adolescente recuerda porque, más allá del estrés que le provoca, sigue paladeando las clases de conservatorio, los melómanos, bajamos la guardia (un poquito) y las princesas rojas que nos acompañan, empiezan a compartir la idea de que más allá de las murallas del castillo empieza el cuento de hadas, de verdad.
Concretamente al Norte, donde el viento tiene sabor a Cheescake, los «goodbyes» se mezclan con bodas que nunca se llegaron a grabar, y el blues de «attempting» hace que lo añejo, se mezcle con la gallina que ha acorralado el estado normal de nuestras pieles.
La gente se levanta y el grupo sigue tocando. El plan de huida del castillo, se ha volado en un papel, bajaremos andando o en patinete con chaleco reflectante… con la sensación de que la noche ha merecido la pena y con la certeza de que aunque seamos una minoría, saber degustar los pequeños matices de la vida, hace que nuestras existencias merezcan la pena.
Por algo el Quijote, a pesar de su surrealismo, es la Novela más leída de la historia…
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