Últimamente tengo la sensación de que mi vida es una sucesión de fotos de móvil… fotos que acumulo en una carpeta de ordenador que nunca abro, justo al lado de toda esa música que me «bajaba» del Emule hace unos años y nunca me ha dado tiempo a escuchar.
Hoy en día, las cosas en vez de sentirlas se fotografían. Que tu hijo se pega un hostiazo: lo grabas en vez de ayudarlo. Que suena un temazo en el concierto de tu grupo favorito ¿quién necesita bailar pudiendo escuchar la canción mientras mando por whatsapp un video de mierda a no sé qué amigo que estará dormido? Que voy de viaje… tengo que hacer cola para sacar una instantánea (tras 30 moratones) en el lugar que la blogger de turno dijo que más molaba. Y así todo.
Siempre recuerdo un tweet estúpido de Bassmatti, que acabó siendo el preludio de lo que vivimos casi 10 años después. Decía algo así como: «viendo los vídeos parece que el concierto de ayer moló mucho». He ahí el kit de la cuestión: la imposibilidad de vivir el momento y guardártelo para ti por culpa de no se qué competición de postureo que hace que cada vez que tienes algo interesante ante ti tengas más necesidad de sacar el móvil que de olerlo, vivirlo, sentirlo, guardarlo para contarlo… como si sin una imagen a tiempo real, la historia no fuera a tener sentido.
Somos los putos Diógenes de la basura digital. Nos cargamos la memoria del móvil, discos duros de no sé cuantos gigas, una nube entera y seguimos ahí almacenando mierdas que nunca volveremos a ver. Fotos como estampas ojerosas y despeinadas de un buenos días (al mundo), un plato humeante sobre tu mesa, el tipo al que le dio el infarto y murió con el proceso de su amoratamiento grabado desde 18 perspectivas diferentes, una foto para instagram, 3 histories, otra para Pinterest, una para facebook y 32 para los amigos que envidian que haya pagado 35€ para sacarle 2 vídeos oscuros y 75 fotos a 300 metros de distancia a Ara Malikian.
Mira tu instagram y verás la realidad del tiempo que has perdido… y quizá como a mí te invada la nostalgia y te acuerdes de los tiempos en los que tenías 24 simples opciones de retratar lo que te pasaba en vacaciones. Esa época en la que como la inmediatez no contaba, degustabas el momento y cuando todo había acabado lo rememorabas una y otra vez con tu acompañante, con tus padres, con tus amigos, con la gente del trabajo.
Ahora cuando llegas estresado de tu escapada, todo el mundo sabe lo que has hecho. Todos hablan de tu viaje como si lo hubieran vivido. Por no hablar de esas previas… ¿Vas a Zarautz? Guau, tienes que hacerte una foto con el busto de Argiñano… ¿A Logroño? Guau, mándame un selfie en la Calle Laurel para darme envidia. ¿Envidia? -vete tú a sacarte la foto, que yo voy a Logroño a beber vino-, y cuando uno bebe debe tener el puto móvil apagado no sea que acabe grabando un esperpento haciendo el ridículo y me convierta en trending topic.
Sin ir más lejos, el otro día, fui a hacer una consulta a una tienda de cierta compañía telefónica y había una señora comprándose un móvil. Le llamamos móvil, porque de teléfono tiene ya bastante poco. Toda la preocupación de la señora era saber si iba a tener su sustituto de la memoria apunto. ¿pero esto tiene muchos pixeles? ¿y puedo ponerle las letras más grandes para ver lo que me escribe mi nieta?¿y tiene Instagram? 632€ más dos años de permanencia pagó la señora por un aparato que hace 10 años era completamente ridículo e innecesario.
Siguió la historia… porque después de la tienda de móviles me fui a una Agencia de viajes. ¿Adónde te gustaría ir? – a un sitio relajado, apartado donde tenga que dormir arropado por el fresquito- . Bufff ¡qué coñazo! no preferirías una playa paradisiaca donde sacarte fotos para matar de envidia a tus amigos. -No señora, mi amigo Oscar estuvo el año pasado en Cancún y mucha fotito en bañador, pero aquello era como la playa de Benidorm, un coto saturado, con el agua caliente como el pis y calles en las que no se podía dar un paso… la vendedora se quedó con lo de la fotito en bañador y a los 3 minutos tenía 2 presupuestos de resorts con fotos de playas con aguas cristalinas, piscinas vacías y una pregunta ¿te imaginas estar aquí?
Al ver que no pillaba el concepto me levanté y decidí buscarme yo mismo mi destino vacacional. Pero resulta que ahora, cuando buscas en Internet «San Juan de Gaztelugatxe» te aparecen fotos de famosos emulando a los personajes de Juego de Tronos. Si buscas «playa» te salen cuatro mendrugos marcando tipito en vez de un listado de destinos, hoteles, recomendaciones, blogs… hemos saturado tanto la red de chorradas, que lo superfluo tiene más puntos para el sr Google que el trabajo del SEO de Booking. Con tanto esclavo del «yo estuve allí» hay cincuenta millones de selfies ante el coliseo de Roma sepultando la explicación del blog del historiador, la wikipedia, el tripadvisor con los hoteles y los restaurantes cercanos… en definitiva: una mierda.
Mi conclusión fue sencilla. Si quería unas vacaciones de verdad, a un precio módico, lo único que tenía que hacer era apagar el móvil. Y lo hice… Me costó un día como el protagonista de Trainspoting enmonado dentro de la habitación, pero cuando mi cerebro entendió ese simple retroceder de los años recuperé sensaciones olvidadas como respirar, tener conversaciones con la gente, perderme sin un mapa de bolsillo, guardar recuerdos imborrables o evitar colas para hacerme fotos que tampoco iba a volver a ver.
No me fui lejos, pero sin móvil, me pareció haber viajado a otro mundo. Y os lo recomiendo encarecidamente.
Dani dice
Creo que es lo mejor que leído en tiempo. Anoche volví a ver “Into the wild” y pensé mucho en como sería esa vida sin móvil y sin mierdas superfluas. Tengo varios dibujos hablando sobre la esclavitud que la tecnología nos aporta.
Gracias por tu reflexión, que tengas un buen día!