El mundo es un sitio tan grande…
Cuando los muros se vienen abajo y las fronteras son una delgada línea que sobrepasamos fácilmente entendemos que la sinfonía entre 2 buenas vecinas puede deslavazar la ristra de ajos con la que hacemos un poco de alioli para quien se quiera apuntar.
Mi puerta está abierta por lo que pueda pasar. La suya también. Nunca sabes cuando tienes que escapar o cuando vas a necesitar cambiar. Por éso está bien tener distintas opciones y saber sentirse como en casa en cualquier lugar y en cualquier situación.
Haciendo un balance rápido, tendría el positivismo aparcado en alguna playa del cabo de Gata, la utopía en Sevilla, el yo moderno que nunca fui en Australia, la amistad perdida al otro lado de la calle, el trampolín en Galway, la inspiración en Granada (y en Berlín), el frío en el puerto de Portsmouth, el deseo y parte de los primeros pasos en Chile, el interés en África, el temperamento futuro en algún país nórdico y el centro en una mochila perdida en mitad de algún país eslavo, o quizá en Singapur.
Pero no estoy en ninguno de esos sitios, estoy a punto de comer una fideua, en casa de mi vecina, traigo el vino (tinto) y un poco de sal, porque me la ha pedido. Para esta rutina, lo bueno es que aparcamos la etiqueta, el maquillaje y todas esas mierdas que nos hacen perder el tiempo.
Espero que no me toque bajar la basura a mí…
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