Llegó el verano y con él, la ciudad de Alicante recoge sus bártulos y traslada su centro neurálgico a la Playa. Los bares de marcha abren su «versión chiringuítica», la música en directo se transforma en una sucesión de versiones cutres abiertas a los gustos de gente en bañador que no ha visto un concierto en todo el año, los colapsos de Maisonnave o El Barrio se trasladan al Paseo marítimo, igual que la suciedad, el chavacanismo, los croasanes (sin camiseta) y las despedidas de soltero.
Nunca entendí lo de veranear a apenas 10 kilómetros de tu casa habitual. Pero bueno, la desbandada tiene su lado positivo, cuando un domingo cualquiera paseas por el centro de Alicante, entre persianas bajadas, guiris y un tono gris más propio de Lisboa que de una ciudad mediterránea.
Las 1000 opciones culturales del resto del año se reducen a cuatro: la final del mundial, el Jámtrico del Tumbao, o dos conciertos de bandas a la misma hora. Amenabar podría grabar una reedición de la escena de «Abre los ojos» en Maisonnave o en Alfonso el Sabio. Apenas hay tráfico, la suciedad y el ruido habitual brillan por su ausencia. Los altos edificios dan sombra a los pocos viandantes despistados y respiras ese anonimato imposible en otra época del año cuando llegas a la Explanada y te cruzas con cientos de desconocidos de diferentes nacionalidades.
Por un momento, aprovechas una inesperada visita para convertirte en guía turístico: a tu izquierda el Casino y la Casa Carbonell, detrás el Ayuntamiento, a la derecha puestos de ropa y comida que te impiden ver los yates del puerto. Sientes el influjo del que ve por primera vez al surfista emergente entre las aguas, echas de menos la réplica de la Santísima Trinidad varada a cero metros sobre el nivel del mar, te preguntas si era necesario quitar el mítico carrusel para poner una oficina de turismo y sigues cruzándote con chilenos, senegaleses, rumanos, ingleses, holandeses, españoles del norte y del sur, madrileños… otra foto en la estrambótica pasarela del Postiguet, otra con el equilibrista de la cinta a un metro de la arena… y prosigues con tu explicación: – «Aquí (en el kiosko Miramar) bailamos los rockeros, allí (en el chiringuito) nos tomamos los mojitos, detrás del casino está la Sala Marearock y esos que tocan en la Concha de la Explanada, son la Banda Municipal de Alicante» – nos sentamos, le cuento los problemas que tienen con los insensibles políticos mientras suena un pasodoble… le hablo del Kontiki, de aquel mítico sarao en su cubierta, de Tabarca, del arroz, del Capellán con tomate…
El paseo acaba con un helado, que para éso nos precede la fama. Mañana te llevo a la playa y te enseño como es esto en otra época del año… hoy vamos a ver si encontramos algo decente abierto…
Mierda, creo que algún día me encantaría tomar unas cervezas con vos y charlar de todo lo que acontece por allá, es que estuve de visita (prolongada, pero visita al fin) y me quede tan enamorado de Alicante que me quiero ir a vivir allá!