Ramón Rodríguez es un tipo peculiar. Un letrista de esos que escribe sus frases a medio camino entre la tristeza y la ironía. En estos tiempos en los que sólo contamos la parte feliz de nuestras vidas en las redes sociales, él es la melancolía, un Yeti al que no sabes si temer o abrazar. Ante la duda: escuchas, e interpretar lo que dice entre líneas es un despertar de muchas de las cosas que guardas dentro.
El sábado volvió, a la hora del vermú, con cierto aire de vagabundo y la inestimable compañía de su compañero de cama-furgoneta (y otras cosas) Marc Prats. Se notaba que no habían dormido mucho, pero a pesar de los karaokes ajenos protagonizados por la parte desatada de las cenas de empresa, ni su multicromática voz, ni el talento a las teclas de Marc se vieron excesivamente resentidas.
La historia empezó con un vermú como aderezo de los recuerdos más recientes: la lluvia y los truenos, de otro «atormentado cantautor» de apellido Lezón, con el que pudimos verle en el Low. Los niños, y las niñas, se hacían mayores sentados en el suelo de las Cigarreras, o bailando Break, y lo más granado de la cultura local, tiraba de cerveza gratuita para ir entrando en calor.
Nos lo puso fácil. Una pasadita de Rompehielos, y la melancolía se transformó en cálido fuego. El homeless de la gorra se vino arriba y fue metiéndose en el bolsillo al público, a base de comentarios con sorna sobre la nueva peli de La Guerra de Las Galaxias, historias surrealistas de las giras, una lanza rota por iniciativas como la que estaba protagonizando («esto en mi pueblo no pasa», para que apunten los cenizos) y, como no, la parte más conocida de su particular repertorio: algunas tinieblas, lo bello y lo bestia (¡Qué recuerdos!), la oscuridad de la memoria ilustrada por la señorita Bonet, una de McEnroe, Sucedáneos, La reina del amazonas para omitir el baile de Nueva Vulcano y una divertida gilipollez, ya desde la primera fila, con Garfunkel, Chiquito, Fernán Gómez y otros esperpentos con cafeína que remataron un mediodía que ojalá se repita habitualmente.
Por cierto, que antes de todo ésto, Vera Green nos quitó las legañas con su polilingüismo sutil. Vero y sus secuaces están viviendo una segunda madurez, adherida casi siempre a un aperitivo, un mercado o, más bien, a una hora en la que los músicos de antes estaban pasando la resaca.
Nos costó asimilar el cambio de luz, fue como una farra de las de antes, cuando salías del último antro y fuera ya era de día, pero al revés. Con las pupilas menguando el sonido de la trompeta es el mediodía, y «Le Paradis», una parte de un nuevo repertorio más allá de los tres otoños que casi han pasado desde su publicación.
Fue una buena combinación para un sábado de diciembre en Alicante. Esperamos que se repita, aunque quizá la flamante organizadora del evento, debería plantearse que cuando una se embarca en surtir de buenas iniciativas a una ciudad, hay que tirar de medios con difusión, para que le cuenten al mundo lo que pretenden que pase. Les dejamos nuestro correo por si valoran la posibilidad de que en vez de 50 podamos ser 100, 200 o más: alicantelivemusic@hotmail.com
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