(con todo el respeto a Antonio Marest y asumiendo que su obra va a ser lo más compartido en Instagram este verano).
No sé si estáis tan cansadas como yo de que mi ciudad sea una burda imitadora de otras. ¿Por qué digo esto? porque se acercan las Fallas de Junio, digo… las Hogueras, no sé si aspirar a ser valenciana o murciana, mis amigos montan grupos de indie granadino, me divierto en el tardeo (si no me equivoco inaugurado en Albacete), lo que escucho de elecciones, me llevan a los carriles bicis de Elche, a las zonas verdes de Valencia, al respeto por los castillos que debemos importar del Vinalopó… y ahora voy a la playa, me encuentro esto
y no sé si estoy en Alicante o en Miami.
Ya no entro en las estéticas del comercio de modas barriobajeras que con esto de Instagram ya no sé ni de donde vienen. Ni de que en mi curro, últimamente, tenga que hablar casi más inglés o francés que castellano. Ni siquiera me meto con la música que escucha la chavalería. Ni con los nombres genéricos sin significado de los barrios de esta ciudad: Pau ¿qué Pau? o de competir con el turismo cutre de Benidorm, sin ser Benidorm, ni tener sus «encantos» y su capacidad hotelera…
¿veis? no paro de buscar definiciones, y en todas siempre hay una parte de copia.
Cómo la EUIPO se ponga a sacar patentes patrimoniales, nos arruinamos por copiones. Pero si al menos imitáramos con buen gusto me callaría. Pero ¡hostias! que tradiciones hay, patrimonio, algo queda, imaginación sobra (igual que talento).
Entonces ¿por qué esta insistencia en ser lo que no somos?
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