La gente piensa que, con cierta edad, uno no puede seguir ejerciendo de músico.
–Cuestión de prioridades- alegan.
Y más en un entorno conciertil en el que los paletos «consume covers de mierda» son mayoría.
Cada uno puede poner los matices que quiera. Pero hace años que descubrí que esto del tardeo no está hecho para mí. Seguramente, porque ni el cubateo me sienta bien, ni tengo ganas de ligar, ni el ruido generalizado que algunos confunden con música me deja hacer lo que más me gusta cuando salgo: hablar.
Las cosas están cambiando y he hecho alguna excepción (generalmente musical) como el día del PUEBLO, o alguna alargada cuando se hicieron los conciertos en el Castillo.
Portland bien merecía otra excepción. Y como había quedado para cenar… la hice, a pesar del agobio inicial en la entrada.
Igual la película cambiaría si a todo eso que no nos gusta del tardeo, le pusiéramos una gotica de punk. Nunca me costó tan poco ver un concierto desde primera fila. Y debo reconocer que, aunque valoro la soledad, me vino bien ver alguna cara conocida, con la que brindar con mi IPA.
El bolo duró una hora de reloj. Y me divertí. Porque me gusta cuando alguien se sube a un escenario sin pretensiones, a pasárselo bien, a sudar y a expresar, no solo con letras, lo que sentirse músico supone. Y lo que eso ayuda a que el paseo de powerpop al rock que se marcaron David, Germán y Mariano, mereciera las agujetas de pelvis que más de uno tendría al día siguiente.
Supongo que la nostalgia me puede. O me he acostumbrado a este esnobismo imperante en Alicante, que parece impedir que algo simple como hablar de Lambretas y veranos sin piscina te alegre una tarde. Yo también adoro el olor underground de los temas de De aquí a la radio. Y sé valorar en su justa medida la mayor calidad de la mayoría de los músicos que el amigo Tevar suele poner en el escenario donde tocó el trío de San Vicente. Pero como decía un buen amigo mío: un concierto es una fuente de inspiración. Y puestos a comparar, es mucho más evocador un tardeo con guitarras, que un domingo vacío de resaca, incluso para alguien que ni tiene instinto de cazadora, ni es hijo del cemento, como la mayoría de los presentes.
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