Ahora que está tan de moda relatar los sinsabores de tu vida, por fascículos, en Instagram, y aprovechando que muchos de vosotros mostrasteis un grado de empatía muy de agradecer, preocupándoos por nuestra capacidad de supervivencia, a raíz del artículo de ayer sobre las Ayudas públicas que no vamos a recibir. Hemos decidido contaros de qué vivimos.
Los que nos seguís, sabéis que hemos pasado por diferentes fases (que no vamos a relatar) hasta que llegamos al punto en el que la profesionalización de nuestro trabajo requirió una reflexión profunda alejada del victimismo del que veníamos (y en el que aún habitan muchos artistas, medios, empresas culturales y gestores locales) y la realidad cultural de esta provincia.
El primer boceto de modelo de negocio, nos llevó a pensar que nuestro flujo de ingresos podía subir a través de las «ayudas» públicas. Es decir, viendo el presupuesto de los grandes ayuntamientos, La Diputación o el IVC y la cantidad de eventos que las concejalías de cultura, los teatros públicos etc programan, ¿Por qué no monetizar nuestra influencia vendiendo eso? A 10€ el evento (que es la media de lo que ganamos con los eventos privados, y con más de 200 eventos semanales, no sería difícil generar empleo y contribuir al crecimiento económico de las empresas culturales de nuestro entorno).
No tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de que, eximiendo la parte ociosa de algunos boicoteadores de la dignidad del artista, hay tres tipos de cultura: la que se hace para vender entradas, la minoritaria y la que se hace para cumplir expediente. Nuestro amor al arte (profesionalizado), parte de la primera. Con esa, no tenemos ningún tipo de problema, porque la difusión forma parte de un entramado del que depende la vida (y los ingresos) del gestor, de la sala privada, del artista y de toda la estructura técnica que lo secunda y lo avala. Y con los beneficios que esa nos aporta, nos podemos permitir dar voz a la cultura minoritaria.
A las empresas culturales serias vas con tus dos millones de visitas anuales y no tienes que decir más, aunque en el siguiente párrafo haya más de 25.000 seguidores en redes sociales, grupos específicos para concretar la venta según el lugar donde se celebra y el tipo de evento que es, etc. Nosotros vendemos entradas desde el criterio que nos hemos ganado en estos casi siete años que llevamos al pie del cañón y ellos se benefician con suculentos réditos económicos muy superiores al que nos pagan a nosotros por nuestro trabajo.
He ahí nuestra clientela fiel: los festivales más importantes, los gestores culturales más activos, empresas de management y salas culturales profesionales. Ellos siempre repiten y hablan con nosotros, incluso cuando todo está parado, para ver qué se puede hacer para volver a poner la maquinaria en marcha.
Luego, por qué no decirlo, hay campañas de empresas que quieren entrar a formar parte del entramado cultural de la provincia y algunos teatros públicos que sí se preocupan por tener una programación completa y quieren llenar las plateas, aunque tengan claro que el número de espectadores no es siempre lo más importante…
Podríamos discutir sobre la importancia de la imagen, sobre la necesidad de que el concepto #culturasegura llegue al público, o sobre las sinergias que hemos creado con empresas culturales dedicadas al cine, la fotografía o la comunicación, y el beneficio que a todos nos reporta conocernos, colaborar y saber qué puertas están abiertas y cuáles no. Pero «la venta» de esos matices, tampoco los tienen interiorizados en la mayoría de instituciones.
El (des)amor al arte público
En la utopía de la empresa cultural, la aportación pública es siempre uno de los cimientos sobre el que muchos construyen el resto de la idea. Pero, a la hora de la verdad, más que un impulso con el fin de reivindicar la cultura como medio de vida, o cómo encontrar la transversalidad en medio del comercio, del turismo, del patrimonio, etc, se concibe como un trámite que cumplir.
Salvo contadas excepciones con nombre y apellidos (Teatre Arniches, Universidad de Alicante, El Campello, Mutxamel…), nos encontramos un desinterés generalizado y focalizado en la falta de sintonía entre el político (normalmente nombrado sin «titulación»/ conocimiento de cultura previo alguno, básicamente, la concejalía/consejería de cultura es la última del lote a negociar…) y el funcionario desganado, por convicción o por hastío. Algo lógico cuando uno se pega contra una pared constantemente.
De esa ecuación nacen dos tipos de gestión:
- La que se aprovecha de las ideas ajenas para con una parte del presupuesto, o cediendo un recinto público, venderlas como propias (ej: Festivales como el Plataforma, Abril en Danza, Photoalicante, el Meet, La Tapia, etc).
- Las obviedades repetitivas: tengo un museo, un escenario o una biblioteca y debo darle un uso.
De ahí, la Concejalía de Alicante, por ejemplo, programa más de 2000 eventos anuales, la de Elche casi mil… pero como el objetivo no es la promoción, ni la venta de entradas, no veréis un anuncio de nada, a no ser que en el contrato de cesión de las instalaciones, o el porcentaje de presupuesto aportado, se decida hacer una mega-campaña de la que siempre salen beneficiados los mismos. ¿Os imagináis una obra en una plaza con un gran arquitecto, pero a la que le faltaran bancos, pintura, hierba o fuentes? Pues más o menos eso es un evento sin difusión, sin cartelería, sin fotógrafo y sin la técnica adecuada.
En esta cuestión, podríamos hacer un aparte, porque una poquito del dinero público utilizado para campañas es mío (y tuyo). La gente se escandaliza cuando un proyecto público para hacer un puente, o arreglar un desagüe se «da» a dedo. Para hacer obras se pide la mejor oferta, o la más competente… y todos ponemos el grito en el cielo cuando a Ortiz se le dan todas «las concesiones», pero nadie dice nada cuando la difusión siempre se la dan a los mismos sin datos concretos de alcance u otras capacidades. Enriquito gana los concursos, pero lo otro es una especie de cohecho a la periodística y con poca trascendencia, como todo lo que sucede en las Concejalías de Cultura (y en el periodismo).
Aquí, en vez de repartir, o ver lo que uno u otro puede aportar, se sigue la endogamia de «lo mismo que el año pasado» y así, te puedes encontrar que en los 10 minutos de desconexión local de La Cadena Ser, todos los anuncios son institucionales, o El Diario Información reserva 6 u 8 páginas, entre semana, al Ayuntamiento, la Diputación, la Generalitat o el Gobierno, mientras nosotros, sólo recibimos largas.
Entendemos que lo justo, en este caso, es una utopía. Al final, igual que haría falta personal para solucionar las dudas que los gestores, o los artistas tienen, tendría que haber gerentes especializados dentro de las concejalías o los centros de cultura públicos, que, aparte de programadores, dieran importancia a la difusión, a la publicidad, a la fotografía, a las redes sociales o a encontrar un camino hacia formas más modernas de expresarse.
La respuesta es sencilla y habitual: «la Concejalía no hace esto por rentabilidad». ¿ah no? o más bien ¿por qué no? Es fácil sacar el dinero de una caja, pagar al artista, que haya un seguro que cubra desaguisados, que un Conserje abra y cierre la puerta… y ya está. A veces, si se delega en un gestor privado, los vectores técnicos, informativos, artísticos… nos beneficiamos. Pero suele ser un rara avis poco común. Por lo que, al final, se tiende a que los grandes festivales hilen su destino a las aportaciones públicas y con ello, desaparece la opción de que medios, fotógrafos, community managers, videomakers, técnicos de luces, sonidos, incluso camareros y restauradores podamos sumar un plus a nuestros ingresos. O bueno, se le paga todo el presupuesto de difusión a un medio. Y los que no lo lean, o no trabajen en él, que se jodan.
¿Qué hacemos entonces?
Al final, todo se resume en una gestión del tiempo. Ante el desorden, uno puede pasarse horas y horas, como las que pasamos nosotros, hablando con concejales que te remiten a técnicos, técnicos que te pasan con el departamento de Comunicación… si consigues algo, tienes que volver a empezar de cero cuando hay un cambio de Gobierno, o un cambio de política que pasa esas gestiones a Alcaldía o a otra concejalía. Si quisieran vender el evento, o la ciudad, o al político… como el Low o las Nits al Parc quieren vender entradas, serían ellos los que llamarían al medio cultural más leído de la provincia de Alicante. No solo los culturales, nosotros podríamos anunciar Turismo, cursos del centro de emprendedores, campañas de igualdad, cosas del EDUSI… y como La Ser, con esa pasta: tendríamos más técnicos, pagaríamos a la ilustradora y a los redactores, tendríamos comerciales, quizá una fotógrafa, una community manager y hasta un redactor en cada comarca de la provincia.
Literalmente, estaríamos forrados y generaríamos muchos puestos de trabajo con que cada uno de los más de 50 ayuntamientos con infraestructura y población suficiente para contratarnos hiciera un estudio económico de cómo vender entradas de teatro, promocionar la cultura y calendarizar los eventos para que el público fuera feliz con una agenda sin solapamientos, ni espacios vacíos. Eso sin sumar la pasta de Diputación (y su ADDA, MARQ, MUBAG, GILALBERT), o el «tots (menos alicantelivemusic.com) a una veu» que podéis escuchar y leer en muchos medios.
Al final, se hacen miles de contratos menores en cada uno de esos ayuntamientos, pero lo nuestro, como es algo que nunca han querido hacer, no tiene un hilo conductor entre lo que nosotros ofrecemos, lo que el público necesita y los estamentos públicos proponen. Y es más fácil ponerle pegas, que idear un contrato, una colaboración o como quieran llamarlo.
Así que, sí, nos duele no tener una ayuda de 2200€, que se han ganado hasta los que tienen «beneficios post-pandémicos». Pero nos jode más que nadie quiera estudiar la forma en que la cultura y los medios públicos, encuentren la forma de dignificar muchos trabajos, como el nuestro.
Somos una empresa rentable, mucho más que muchas de las utopías que venden e impulsan gastando muchos más medios de los que nos corresponderían por nuestra posición difusora en la cultura y en otros muchos ámbitos. Con ese dinero, seríamos imparables, pero hemos aprendido a pisar sobre seguro para crecer al lado de los que están levantando la cultura en el día a día y saben lo que nosotros les podemos aportar.
Ojalá algún día, alguien rompa esta dinámica ridícula y, para variar, nos llame. Algo que en 7 años NADIE ha hecho. Es triste, pero irónicamente, esa devaluación de la cultura viene justamente de esta desidia. Y uno se encabrona cuando compara nuestro 90% privado – 10% público, con el dato al revés de otros medios. Se vanaglorian de que un hotel puede generar 14 puestos de trabajo, y le dan todo tipo de facilidades, y a nosotros, como sucedió ayer, más que abrirnos las puertas nos rompen la cabeza con ella.
Lo irónico es que después de 7 años ninguneando nuestro trabajo, cuanto tú te metes con el suyo se indignan. Pues no, amigos, respetamos al funcionariado más que nadie, pero igual que criticamos positiva y negativamente a artistas, gestores culturales, o políticos, a veces, alguien tiene que levantar la voz ante una injusticia, o ante una dinámica que, como veis, nos perjudica y mucho.
Si les jode, es porque algo de razón tendremos. Y sino, que tiren de empatía y se pongan en el lugar de quien ha levantado un proyecto y navega solo por un mundo en el que la cuarta ola da menos miedo que enfrentarse a gente que debería estar trabajando por la cultura y, en realidad, lo que hacen es, básicamente, dar la espalda a su profesionalización.
Como veis, con interés y un par de cafés, sobraría para arreglar muchos problemas…
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