Lo escribo ahora, para que no me puedan decir que estoy enfadado, ni encabronado. Creo que entonces, también, tenía derecho a quejarme, pero quizá no lo hacía de la manera más correcta, porque con la presión de quedarte en la calle o no tener para comer, se te olvida que tu interlocutor, no tiene porque ponerse en tu lugar…
Han sido cuatro años, cuatro nada más y nada menos. Pensadlo: un hijo criado, tiempo para editar dos libros, o dos discos, 54 nóminas de un trabajador fijo, 1500 comidas, 1500 cenas… 1500 días de martillo pilón, ajeno a los «nos», al desprecio, al «admiro lo que haces pero no te voy a pagar por ello». Han sido muchas charlas motivadoras, muchos consejos de «cómo emprender», «cómo vender», «cómo tratar con un político incompetente», «cómo tratar con un técnico de cultura al que no le interesa la cultura», «cómo convencer a un técnico de comunicación anclado en el siglo pasado», «cómo escribir artículos de opinión sin que se noten tus vaivenes sin cicatrizar», «como convertirte en abogado, procurador, contable, comercial… y no morir en el intento», «como adaptarte al medio»,»cómo cambiar el mundo», «cómo cambiar tu ciudad», «cómo cambiar tu barrio»… tengo historias para dar 100 charlas TED, decálogos de la transformación del sufrimiento en motivación o de cómo levantar un negocio que los demás catalogan de simple entretenimiento.
No he subido el Everest, pero debe parecerse bastante a lo que supone ser un idealista en los tiempos que corren, imagino que aunque la gente se quede con el detalle de tu llegada a la cima, nadie recuerda los momentos en los que te falta el aire, los que te quedas sin fuerzas para dar pasos, esos ratos de soledad en los que eres tú sólo contra el mundo… o yendo más atrás ¿quién financia esto? y ¿qué te motiva para hacer esto? He ahí la clave, la motivación, algo que pase lo que pase, sufras la adversidad que sufras, nunca puedes permitirte el lujo de perder. Éso y la perspectiva, porque es obvio que en cuatro años, te da tiempo a meter la pata unas cuantas miles de veces: un paso atrás, dos para adelante… y los apoyos, sin los que ésto no funcionaría: tu pareja, tus amigos, tu familia… y poco más.
He pensado en ese escalador del Everest tantas veces. Me he imaginado lo incómodo que es no sentirte seguro, no saber lo que será de ti mañana, la aventura de estar sólo ante el peligro, saber que un paso en falso es tu muerte o que a 8000 metros de altura no hay radio ni helicóptero que vaya a socorrerte. Ahora quitad la imaginación y esa es la descripción de emprendimiento cultural. Éso y los detalles del dónde, que hacen que los otros escaladores conviertan ésto en una carrera, que más que manos haya zancadillas… al menos, hasta que llegas a esa parte a la que no muchos pueden llegar.
Imagino que en el Everest, las palabras te motivan, pero no arreglan tus problemas… igual que pasa aquí. Allí las teorías valen como punto de partida, pero luego hay nieves, fríos, aludes… a los que tienes que saber enfrentarte sin más ayuda que tu imaginación. Igual que aquí.
Y ahí, con la nieve, el Yeti y su puta madre, a ti te da por hablar de empatía, de colaboración, de diálogo, de futuro… ¿por qué? Porque esto tiene una parte no empresarial, un romanticismo que el ciudadano medio (incluidos políticos, programadores culturales, público en general…) ha perdido. Pero sigues subiendo, al paso de un lesionado convaleciente en su primer día de rehabilitación. Un paso, dos pasos… un cabreo. Tres pasos, cuatro, pasos… una discusión. Cinco pasos, seis pasos… un pago que no puedes afrontar. Siete pasos, ocho pasos… no es la cima, es lo que tú imaginas como culminación, pero queda mucho por andar.
Y comes con un político vendemotos, te reúnes con un técnico que te dice que 20 euros es algo que su Ayuntamiento no se puede permitir… y cuando te dicen que sí: hay retrasos interminables, o regateos, o tienes que hacer mil llamadas que apenas puedes pagar con esos putos 20 euros que pretendes ganar…
Y sigues dando pasos… nueve, diez… la gente no es consciente de lo que haces… once, doce: solo hablarán de nosotros cuando hayamos muerto… trece, catorce… lo dejo… quince: ¡ahora no puedes rendirte!
En la cima del Everest hay un sinfín de banderas enterradas en la nieve, otras se volaron… allí te das cuenta de que tu lucha no ha hecho más que empezar. Hay 13 ochomiles más por ascender, cada uno con sus dificultades, pero, al menos, ahora, cuento con el respaldo de un gran ayuntamiento, teatros, salas, festivales, marcas, negocios… que patrocinarán las expedición. Poco a poco, la gente será consciente de que ni esto es mi negocio, ni es algo que yo vaya a acabar haciendo solo. Y de ahí sale la definición real del emprendimiento cultural: No es mi negocio, es nuestro bien común. Yo pongo el esfuerzo pero necesito que tú aportes lo demás.
No se cambia el mundo en un día, pero puedes cambiar lo que te rodea en cuatro años. Sino preguntaros por qué ahora hacéis carteles, por qué creáis eventos, quién os incitó a que aparte de un disco adjuntarais un dossier, qué habéis sacado de la crítica, de dónde sale el público que va a veros… y porqué es tan necesaria la dignidad, la vuestra, la mía, la de todos, y todas.
Hoy empieza el ascenso al segundo ocho mil. Simplemente espero no ascenderlo solo.
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