Una escena parte de hilos que confluyen en un punto determinado. A veces, en una sala de conciertos, otras en un estudio de grabación. Hay situaciones en las que hay que forzar las cosas y tomarse unas cuantas cervezas (o cafés) de esas que rompen bandas para que surjan otras mejores, o se discuten cosas que las autoridades competentes, y el sistema establecido, no dan pie a discutir
A la fama saltan las que tienen una continuidad o hacen de la calidad un estandarte que va más allá de lo cultural. Es normal que en ese punto hasta se transversalice con sinergias cinéfilas, artísticas, políticas, literarias… y que esa luz llame a otros agentes que lo cuentan, lo fotografían o lo graban.
Tampoco suele estar carente de polémica, porque, aunque el simplista por excelencia se enfade, se excluye el oportunismo, lo superfluo o lo que se corresponde más a una corriente externa, que a la idiosincrasia que surge de la necesidad.
Alicante, aunque mi amigo José María Esteban se empeñara en tratar de retratarlo, jamás tuvo una «movida». Porque nunca se dieron los condicionantes. Básicamente, porque eso exige un tiempo, una maceración, unas circunstancias socio-políticas y una continuidad, que por razones obvias, aquí nunca han existido. Y cuando se empezaron a dar, los de siempre se encargaron de que las aspiraciones se banalizaran (o se confundieran) y los centros neurálgicos fueran cambiando, con el consecuente desvío de atención de la sociedad, que en el punto templado típico de aquí, y sin referencias pasadas reseñables, no dieron pie a nada.
En esta tesitura, sólo quedan dos opciones: Una asumir tu condición minoritaria. Y dos, coger el toro por los cuernos como hizo Elío Ferrán (de La Jetée) hace unos años creando el Sindicato Ruido Costa Blanca.
Para algunos, esto fue una barrera innecesaria. Pero, para los que entienden la música como una cuestión de criterio, se convirtió en una especie de salto al futuro donde congregar, al menos, una buena parte de las sensibilidades musicales de esta dispersión de la que sobresalen los hilos de los que hay que tirar para que «haya movida».
Cinco años después, el proceso no ha sido todo lo rápido y disruptor que debiera. Seguramente, la unidad no es tan firme como exigiría la formalización de asociaciones que reclamaran cosas, como las que piden los profesionales de las escénicas o el cine. Pero sí ha abierto puertas a muchos tipos de colaboraciones que, al menos, van sumando esas sensibilidades dispersas.
La vida sigue siendo parecida, pero al menos, ahora, hay dos discos que acreditan que algo pasa. Y eso, estando donde estamos, ya es bastante.
Por lo que no nos queda más que invitaros a escuchar el segundo volumen de Ruido Costablanca. Con talentos dispares como los de Mute, La Jetèe, Júlia, Iowa, Bous, Milton, Find the Ghost, Trozo, Aukan, Miclono, Ocean Clusters y Ethr. No en ese orden, pero he ahí la clave, organizar, para que de la vida propia de cada cual cree el siguiente capítulo de la historia, mientras se literaliza lo que sucede (aunque el 90% de los que están no sean conscientes de que está pasando).
Y aquí, la primera aventura de hace 4 años:
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