Como en este ciudad la crítica no se toma bien, es posible que, más que enumerar defectos o formas de corregirlos, haya que partir de algo tan simple, como reivindicar el menos común de los sentidos: el sentido común.
La historia de Alicante enumera errores garrafales derivados de determinados intereses económicos, de las prisas y de no utilizar la cabeza. O, más bien, de no buscar un consenso entre lo que la historia aporta y lo que el futuro debería significar.
En esa transición, normalmente, debería haber un periodo de reflexión, que es en lo que hoy queremos hacer hincapié.
El futuro de Cigarreras
La semana pasada, la Concejalía de Urbanismo tuvo la brillante idea de enseñar a la población de Alicante el majestuoso proyecto de Las Cigarreras. Errores tecnológicos, que dejaron sin señal a muchos interesados, al margen, arquitectos varios, asociaciones de vecinos, gestores culturales y medios, trasladaron a la reunión un debate, que lleva meses fluyendo en los barrios aledaños a la vieja fábrica de tabacos.
Hay cierto mosqueo por la falta de empatía con el terreno a trabajar que ha demostrado la empresa que va a llevar a cabo el proyecto. Y ahí, en esa transición entre la nostalgia y el futuro, uno ve, desde el desconocimiento relativo del asunto, como un grupo de Whatsapp se empieza a llenar de planos, de alegatos de partes que se eliminan para hacer «un puto parking», de dudas sobre la eficiencia energética, discusiones sobre lo necesarios que son algunos aspectos…
La verdad, en estos casi siete años de vida, no habíamos visto (aparte de en la Plataforma para salvar el Ideal) una fundamentación más proactiva de lo que el amor por una ciudad, o más bien, por una parte de ella debería ser. Algo de esa idiosincrasia que reclamábamos hace unas semanas, emergiendo de algo tan simple como que de Valencia vengan a hacer una obra factible en el plano, pero que no tiene en cuenta determinados significados de elementos, como la casa del médico, que van a caer en su desarrollo.
Tras preguntar directamente a una parte del grito en el cielo, como observador, y llevándome el asunto al terreno del medio de comunicación, o de gestor cultural, uno se pregunta porqué habiendo un presupuesto final de 17 millones de euros, no se ha partido de escuchar lo que quienes allí viven proponen. Es decir, antes de hacer la obra, habrá que saber lo que ésta va a aportar al entorno en el que va a hacerse ¿no?
Vamos, que entendiendo el concepto de cambio, la adecuación de un edificio, la oportunidad para solucionar problemas como el aparcamiento, etc, El «romanticismo» de la pertenencia, vuelve a quedar en un segundo plano augurando un nuevo edificio frío, sin continente, ni contenido, creado por una empresa de fuera, que se irá cuando termine la obra, y auspiciada por un Ayuntamiento que en vez de prevenir problemas, los acrecienta con la falta de algo tan simple como la empatía y el sentido común.
No se trata de buscar sentido a la participación ciudadana, sino, más bien, de tener cabeza, o eliminar todas las dudas que surjan, o puedan surgir. Si este proyecto fuera a llevarse a cabo en una población pequeña, se hubieran tenido que explicar todos los pormenores de la obra. Es decir, nadie construye una biblioteca en un pueblo si no hay lectores. Nadie gasta dinero de más en el parque de un pueblo, si no hay niños… Resumiendo, todo debería girar en torno al hecho de priorizar las inversiones y de saber porqué y para qué se hacen.
En una gran ciudad, se sobreentiende que habiendo más presupuesto para gastar se acometen proyectos necesarios, obras para la foto de cuatro políticos o peticiones atendidas a determinados ciudadanos. Lo que no se entiende tan bien, es que se parta de una generalidad para tratar de justificar una inversión. Algo que siempre ha acabado siendo un lastre para Alicante. Ejemplos sobran: una ciudad de la luz sin cine, una ciudad tecnológica sin tecnología, una interminable ciudad de la justicia, el (no) Ikea… y ahora, un eje cultural que no tiene en cuenta al mundo de la cultura local, ni siquiera hay unanimidad política, ni aceptación del proyecto por los vecinos del barrio.
¿Qué dice el sentido común? que si los que sacan las pautas del concurso no se aclaran, nombran un ganador que ha creado un plan director en torno a bases poco claras, que cuando se hacen públicas se encuentran con la oposición de arquitectos, gestores culturales, artistas, etc. A lo mejor, todo el debate que no ha habido antes, debe hacerse ahora, paralizar la obra y ver si estamos ante una revolución cultural o ante otro fiasco. Porque, visto lo visto, da más la impresión de los segundo que de lo primero. Pero eso, más que sentido común, es la opinión de alguien que vive de la cultura y que mirando al plano no ve mucha relación entre lo que desearía y lo que parece que va a acabar siendo.
- Todo el PLAN DIRECTOR de Las Cigarreras AQUÍ
Judith dice
Claro que sí. Sin sentido común tenemos la ciudad que tenemos. Y eso que ya han pasado unos cuantos partidos por el poder.