El viernes, a eso de las 2 de la mañana me puse a escribir una crónica de Vetusta Morla que ayer salió a la luz (podéis leerla AQUÍ). En ella cuento como descubrí a la banda de Tres Cantos, un día nevado de noviembre, en un bolo con 20 o 30 personas en Villaba, un pueblo que se hizo famoso a principio de los 90 por culpa de un tal Miguel Indurain.
Cuando sale bien y lo escribes 10 años después, la gente piensa «ya está este gilipollas fardando de descubrir a la gente antes que nadie». A mí eso no es algo que me importe, de hecho me parece lógico que si voy a 100 conciertos al año acabe viendo a futuros «llenaestadios» en petit comité y si lo habéis vivido alguna vez, sabréis que es algo muy estimulante, ya no por el hecho de haber estado ahí antes que casi nadie, sino porque ratificas que el talento es algo que no depende, para nada, del seguimiento de masas que tenga, o pueda llegar a tener, un músico o una banda.
En términos literales, ésto se llamaría curiosidad, o, interpretado de otra manera: luchar contra el aburrimiento del «siempre lo mismo». Y lo malo es que mientras más años pasan más radical me vuelvo con la idea de encontrar más placer en un concierto en una sala pequeña, que en una escupidera festivalera con miles de personajes que van ahí con más intención de emborracharse y folletear que de escuchar música, lo que indirectamente, acaba sacando de quicio a los que sí que vamos a ver como suena en directo tal disco o tal grupo.
La gran diferencia es que me voy haciendo viejo y aparte de pelo y energía, uno va perdiendo en el camino a esos amigos que se apuntaban a un bombardeo, o los que, simplemente, se apiadaban de mi locura porque no tenían nada mejor que hacer. Ahora la mitad son padres, la otra mitad vive a mil kilómetros de distancia, y los que quedan (y los nuevos), ahí seguimos al pie del cañón, viendo a bandas con menos de mil reproducciones en Spotify, sin videos en Youtube, que no han ido nunca a un festival o que vienen de Australia o Argentina a perder dinero.
Justamente para eso, aproveché la predisposición de Clan Cabaret para que el cuentagotas dependiente del gusto ajeno, tuviera una constante cada viernes en la Sala más vetusta y cultural del centro de Alicante.
Obviamente, la experiencia es un grado y, tanto ellos como yo sabíamos que el comienzo iba a ser como está siendo, a pesar de lo cual, trajimos la semana pasada a un renombrado Ser Humano, con casi 20 años de carrera a sus espaldas y a una parte de un grupo que ha tocado con la ganadora de OT 2018 y ha llenado estadios con Rozalén, el Kanka, Bisbal y otros muchos renombrados músicos de este bendito país de países.
Pues bien, con unos 6000 «amantes de la música» haciendo tiempo para llenar la Plaza de Toros, con los habituales quejicas que siempre tiran de retahílas tipo en «Alicante no hay nada que hacer (menos beber cubatas)» y sin haber ningún evento cultural programado para las 19.30h (hora de quedada de los viernes para tomar cervezas antes de cenar), logramos meter 10 personas para ver por primera vez en Alicante a Lemon y Tal.
Yo no sé hasta donde van a llegar Gorka y Bea, pero de lo que no hay duda es de que son dos auténticos profesionales. Venían de Madrid y se iban hasta Salamanca el sábado, traían bajo el brazo un nuevo disco y un anecdotario de vivencias que cuando llenen estadios no podréis escuchar. Tocaron como si ante ellos hubiera un millón de personas, sin perder el entusiasmo, la alegría, el libro de la (casi) soledad y los sueños (como estos) coleccionables. Se permitieron hasta el lujo de versionar a Marisol…
La entrada era gratis. La cerveza te la tomas igual en cualquier otro lado… pero ni los 6000 amantes de la música, ni los que salían de comer (o de trabajar), ni los que estaban de compras en Maisonnave, o haciendo recados en Alfonso X el Sabio… se acercaron a ver quien coño eran estos dos que tocaban con la tal Amaia que cantó en Eurovisión.
Subirse al caballo ganador es fácil, lo que no deberíamos haber perdido nunca es la necesidad de descubrir. No es que me sienta orgulloso de mantenerla a estas alturas o de querer contagiársela a quien quiera «enfermar» de amor a la música emergente, o provocar que todos esos que saben de lo que hablo tengan un sitio más al que poder ir a tomarse una cerveza y a escuchar música buena, música nueva, música diferente, música que no ponen en la radio, ni pinchan en los bares de moda a todas horas.
La experiencia acaba con un disco firmado, un rato de conversación sin agobios descubriendo la ascendencia de Azken Portu que comparto Gorka u otras cosas que se quedan para mí, como aquel día en Villaba, en un concierto parecido viendo a Vetusta Morla y otros tantos más que recuerdo con el mismo cariño aunque no los haya llegado a ver llenando estadios.
La próxima parada: Litle Fish, el sábado 6, por cuestiones científicas. Ahí os dejamos la posibilidad de hilar un plan, por ejemplo, con Pablo Und Destruktion, o las Food Trucks de Sant Joan, o el Alicante Fashion Weekend, o una buena cena en el centro de Alicante. O también podéis seguir haciendo lo de siempre…
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