Para hablar de Neuman vamos a retrotraernos a una noche de septiembre del 2014 en un jardín de plástico, que ahora está cerrado. Entonces éramos apenas 30 personas. La propuesta era la misma: Paco sólo, unas cuantas guitarras a su alrededor, los clinex preparados (por si acaso) y el público callado tratando de buscar en la música respuestas que la vida, sin ritmo ni melodía, no tiene.
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En el Unbuendía también había Cervezas Alhambra, una dosis de postureo y esa magia agonizante del «indie primigenio» que poco a poco va transformándose en vaya usted a saber qué. Vamos, que sin tanta grandilocuencia como El Principal, podría pasar por las bambalinas de un teatro.
Allí las entrevistas a pie de jardín eran cosas de Little Rose (antes de ser una feliz mamá) y los que nos quedábamos por allí apurando las cervezas después del concierto. La diferencia es que los dj´s que siguen anclados en 2011, no pinchaban la versión de «Turn It» de David Kano, y esos One Hit Public, que el miércoles llenaban la Tramoya del Teatro, tildaban al greñas de «aburrido folky corta-venas».
Cuatro años después, el hombre con banda con nombre de su perrito fallecido, sigue teniendo 25 años, la misma timidez hilada a una especial sensibilidad y un humor de cuello de camisa que ha mejorado con el paso del tiempo. Ahora tiene un estudio por el que pasa lo más granado de las bandas Subterfuge, hace remixes con Elyella y sigue siendo capaz de adaptarse a los escenarios más variopintos con la música como hilo conductor de sus historias.
Esa es la diferencia entre el Neuman eléctrico y el «folky». Bueno, en realidad, la importancia de «petit comité» viene de la relativa desnudez del protagonista dando una explicación a las canciones a las que cada cual saca su propio significado. Y así conocemos una parte de su pasado, su presente, los amores que se fueron, sus hijos, sus sensaciones viajando entre cuatro discos con atmósferas relativas a cada momento vivido y cada canción, tocada sin más ayuda que seis cuerdas de cuatro guitarras diferentes,un bombo y una pandereta atada a su botín Converse tejano. Algo así como una máscara de quita y pon, que cada vez que saliva sus labios le hace viajar al momento preciso que se compuso. La prueba más parecida a lo que allí suena para 150 atentos personajes que sacan fotos, disimulan el escozor «gallinil» de la piel, o luchan por contener la lágrima con un abrazo, una mirada de complicidad, un comentario escueto, un coro a destiempo, o un «lalalá» que nunca llegó.
Si en vez de Paco fuera Frank Neuman, y hubiera nacido en Maryland o Texas, sería más habitual verlo en este formato por esos lugares remotos en el que el folk aún es una religión y una letra es el sentido de todo lo que gira en torno a ella. Aquí, por desgracia los festivales dan más dinero que las giras por bares, y, el público ha perdido la capacidad de indagar más allá del titular hecho canción única en una lista de reproducción de hits que son siempre los mismos en fiestas, bares, radios… la realidad es que hay una vida de cuatro discos y 12 años previos perdidos en un limbo que algún día habría que recuperar.
Mi conclusión es que esta liturgia mereció la pena hace cuatro años y hace cuatro días. Me gustó el rato haciendo cola para entrar en el que siete chicas venían «a probar», vamos que nunca habían escuchado a Neuman y estaban allí para conocerlo in situ, sin purpurinas festivaleras, sin listas teledirigidas de Spotify… arriesgando, como lo hacíamos antes de que los blogs y las redes sociales nos saturaran.
Espero que ellas se fueran con el mismo sabor que me fui yo. Con la ternura despierta y con ganas de repetir experiencia…
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