¿Cuánto cuesta hacer que un pueblo pase del blanco y negro al color? Hay preguntas que se responden con hechos. La humildad y el trabajo son dos alicientes en desuso. Hemos dejado de valorar la ilusión como motor, la constancia como concepto y la lucha como forma de vida.
Por suerte, no todos los méritos se miden en euros, ni en votos, ni en «likes» de instagram. Mi abuela me dijo una vez que «ni el tiempo ni el dinero están bien repartidos». Y, después de escuchar aquello, siempre me he preguntado porque los que cambian el mundo se mueren de hambre, mientras un montón de ineptos encorbatados viven en chalés y conducen coches de alta gama. ¡Maldita meritocracia!… y ¡maldita conciencia!
Hacer lo que te gusta suele estar muy mal pagado, a no ser que seas un adicto al robo o al arte de engañar. El ostracismo del artista va más allá de los supuestos mal intencionados que lo asocian al gamberrismo, a la condena de la etiqueta -antisocial-, o a un sinfín de males difíciles de erradicar. La Tapia es un buen ejemplo de ello. Es la personificación del muro que separa los supuestos de las realidades, las barreras que desvirtúan el arte urbano como belleza, el pobre que mancha sus ropajes de pintura, el riesgo a perder (o a ganar) una apuesta arriesgada… en definitiva, el color que emerge de un pasado en blanco y negro.
Los siervos del amor al arte, también tenemos derecho a una fiesta. Al fin y al cabo, no hay mayor condena que ser consciente de los errores y tratar de hacer entender al mundo, menos visionario, el placer de degustar las mieles de las artes.
Ya lo decía mi profesora de historia del instituto: «España es gilipollas». No en vano, siempre hemos sacado a gorrazos a los que intentan modernizarnos: los franceses a finales del siglo XVIII, Amadeo de Saboya en 1870, los republicanos en los años 30… quizá por eso, Mise y Toni Cuatrero bajaron unas cuantas escalas y se conformaron con cambiar su barrio, o su pueblo. Seguramente, habrá unas cuantas voces viejas y discrepantes confundiendo el arte con el salvajismo. Pero, en general, hay una corriente de aceptación ligada a la transformación. E igual que pones un cuadro en tu casa, para que la decoración no resulte tan sosa, las obras de kema, Humo, Spok, María Maraña, Roice 183… forman, ya, parte de la idiosincrasia moderna de Sant Joan.
Y desde el sábado, hay un catálogo de artistas participantes que deja constancia de como fue el proceso de transformación, un vídeo de tres minutos de momentos pintados con spray y una exposición colaborativa de egos artísticos puestos al servicio de un todo llamado derecho a huir de la precariedad.
En el discurso de presentación del vídeo, la concejala de cultura (Clara Rodríguez) dejó entrever que en 2018 habrá segunda parte. Toni Cuatrero apeló a la necesidad de dejar de ser bandarras, mientras Mise, por un día, dio pie a que el orgullo de ser artista, más allá de su valor económico, tenga un sentido que, durante un par de semanas, estará colgado en la sala de Exposiciones Pablo Lau de Sant Joan.
Quizá os interese:
- Leer la crónica del festival AQUÍ
- Fotos de la presentación de la exposición colaborativa AQUÍ
- El arte en la Calle sabe mejor que el alcohol
Deja una respuesta