A veces cuando me meto con los HITSters, y me replican llamándome viejo, me pregunto donde estarán ellos cuando tengan casi 40 tacos…
Siempre he pensado que el cansancio no es más que una consecuencia de dejar de hacer las cosas y cada vez que voy a un festival me ratifico en esa idea, sobre todo cuando veo a mis coetáneos aburguesados buscando su juventud en la repetición de actos que ya no van con la edad que llevan a cuestas.
¡No amigo! ya no tienes el mismo aguante con el alcohol, ni tus piernas soportan 10 horas sin sentarte… no porque seas mayor, sino porque hubo un momento en el que dejaste de hacerlo y a tu cuerpo, simplemente, se le olvidó el funcionamiento del mecanismo que hacía que tu diversión no la empañaran las resacas de caballo, las revoluciones de tus jugos gástricos y esas «cosas de la edad».
Ser periodista y escribir sobre cultura tiene cosas muy malas, pero una buena: que la locura no se pasa. Es una mezcla entre síndrome de Peter Pan, aguante y diplomacia. Pero todo lo malo que esta profesión tiene para el bolsillo lo tiene para el hecho de parecer joven, más que por aspecto, porque te mantienes al tanto de las modas, o cambias con ellas sin darte cuenta.
Lo bueno es que también mantienes las buenas costumbres como el ratito de playa, el vermú con aperitivo, sentarte a comer para ponerte al día con esos buenos amigos que han venido a visitarte… incluso te animas a unirte a la fiesta de los más jóvenes un rato y haces gala de diplomacia con un par de cubatas mientras el dj de la Cava Aragonesa pincha esas canciones que ahora te rayan, pero que forman parte de tu historia festivalera: Extremoduro, Vetusta, Love Of Lesbian, Supersubmarina, Raphael… cuando nos dimos cuenta eran las siete de la tarde y a los que no tienen costumbre de jarana el cuerpo les pedía una siesta.
A mí dormir a la tarde me apalanca, así que seguí la táctica de llenar con música el hueco de la somnolencia. El calor no ayudaba… ni para subir la cuesta que separa la calle de los vascos del recinto del Low, ni para no sudar cuando ya llegué, por fin, al escenario Vibramahou.
Se echan de menos las promociones (o premios a llegar antes que nadie) con regalos tipo: un abanico de cartón, unas gafas de pega, o un sombrero cubano para evitar la insolación… y más si en el escenario te espera un negrito muy molón que se ha propuesto que no te sientes. Tras la tarde de Fucking Pop, una dosis de Rhythm and blues era el principio perfecto para un segundo día de conciertos. Ty Tylor, cantante de Vintage Trouble, es como el flautista de Hamelin se puso a cantar y todas las ratitas nos fuimos acercando a él como si el influjo del Rock aún tuviera adeptos dentro de un festival.
Había mucho pureta como yo, pero también una joven legión de descubridores con los que compartí cerveza hablando de The Limboos, Fats Domino o Solomon Burke. ¡Joder qué gusto! me alegraron la tarde: los del Low por programar una banda americana y los chavales por demostrarme que no está todo perdido. Y me di cuenta de que la buena música mantiene la capacidad de transformar un momento normal de soledad y sudor en algo inolvidable.
Aproveché el impassè Carlos Sadness para recuperar a los zombies de la siesta, los recién llegados y, de paso, cenar: otra buena costumbre de la sabiduría añeja de la experiencia.
Sobre las 22.00h volvimos, ya todos juntitos, despiertos y ávidos de música. Por unanimidad grupal, nos metimos entre la marabunta a ver si Jota no estaba demasiado porculero.
Los Planetas se portaron bastante bien. La ranciedad no la pueden evitar, pero repartieron bien las raciones de psicodelia y nostalgia. A pesar de los años que han pasado mantienen su esencia y la han sabido retocar cojonudamente con la «Zona temporalmente autónoma». El debate de siempre emergió en las conversaciones… que si «deberían hacer una selección de lo mejor y escupirlas»… que si «tanta novedad no mola»… Hubo un tiempo en el que yo era de la pléyade del Greatest hits, pero mientras más conciertos ves de una misma banda, más te apetece que te sorprenda un poco y que te digan ¡chaval, han pasado 20 años del motor del autobús! y quiero que veas lo que hemos hecho en todo este tiempo. Yo me hubiera ido a ver a Durga, pero compensó el cambio, y mucho.
Javiera Mena en cambio… es difícil de definir lo que experimenté, porque lo cierto es que lo mismo que hizo el sábado, en el Sonorama de hace dos años, en un jardín bajo el sol, me encantó. Pero en las historias el contexto tiene una especial relevancia y ese espectáculo gimnástico en un escenario tan grande resultó bastante cutre. Fue como querer llenar una bañera con un pezqueñín, muy buen rollito pero, también, muy lineal.
Así que me separé del grupo y me fui a tomarme una dosis de psicodelia con Fogbound. Estas dudas existenciales de los festivales son una putada, así que para evitar decepciones y cansancios decidí que el angelito y el diablo de mis hombros tuvieran la fiesta en paz: media hora de Galicia Calidade y otro tanto para Biffy Clyro.
Los escoceses me sorprendieron, porque tenía un concepto muy acústico de ellos, en directo le dan un toque más guitarrero al asunto y entre torsos desnudos, gente entregada y sucesión de hits tipo «Bubles», «Black Chandelier», «Medicine» o, como no, «Many of horror» fue uno de los grandes descubrimientos para los que no habían oído hablar demasiado de ellos.
Cuando sonó «Many of Horror» volví a huir a otro escenario. Novedades Carminha siguen ganando capacidad de congregar gente y no me extraña, porque últimamente no hacen más que publicar temazos. A veces rozan la desidia latina, pero tiene su gracia esa mezcla de cumbia con rock y es muy divertido ver el reflejo de la bipolaridad española en los cambios de cara cuando los gallegos intercalaban «Que dios reparta fuerte» o «Dame Veneno» con cositas más sweet como «de vuelta de todo» o «te quiero igual». Para dejar a todos contentos, cerraron con Los Saicos, y mi lado oscuro, me volvió a separar del rumbo mainstream hacia The Chemical Brothers, y me pasé a ver veinte minutitos a las «adorables» Bala.
Yo no sé si en la variedad está el gusto, pero esa noche de retales empezaba a resultar ambigua. Pasar de «no me abandones cariñito» a ver los guitarrazos del dúo de gallegas pisoteando las flores de las camisas de los modernos resultaba francamente épico. Las mezclas de estilo no suelen acaban bien, pero el Escenario Jagermeister se empezaba a convertir en el refugio de los que sienten urticaria con el indie, o la electrónica. Pero también intuía que sin Chemical Brothers no habría titular, y como empezaban a taladrarme el whatsapp con fotos de las imágenes en 3D tuve que volver a correr para no perderme demasiados detalles del show de electrónica.
Los Chemical Brothers son un rara avis. A mí, generalmente, no me molan nada los «conciertos» de música electrónica. Primero por la cantidad de drogados por metro cuadrado, luego porque de «directo» tiene más bien poquito y, finalmente, porque la aglomeración y los ritmos repetitivos suelen ser incordiantes y enloquecedores. Pero estos tipos siempre me han gustado. Sobre todo en su primera época.
Me voy a poner abuelo cebolleta: en el instituto tenía un peculiar profesor de dibujo técnico, estaba un poco «pallá» pero tenía muy buen gusto musical y cada clase intentaba aleccionarnos y llevarnos por el buen camino con discos de Los Doors, Led Zeppelin… a la tercera clase, deje de hacer caso a sus explicaciones teóricas del espacio y me convertí en el dj de la hora de cátedra bipolar. El cajón de casettes de mi hermano era mi banco de pruebas en casa, y dos días a la semana, me dedicaba a amenizar la clase con joyas de Mudhoney, Ministry, Jesus & Mary Chain, Front 242, R.E.M, Nirvana, Smashing Pumpkins… un día mi hermano llegó de la uni con un casette que le habían traído de Londres. Era un «varios» de esos que hacíamos cuando no teníamos spotify. La primera canción de la cara A era «Block rockin beats» lo sé ahora, porque entonces la llamaba «London calling», el caso es que llegué un martes con la cinta, abrí el radio casette, le di al play y todos los presentes fliparon. Pero solo 2 personas entendieron el grado de revolución que aquello tenía: el profesor (que parecía necesitar un tripi para digerir el momento) y Evelio, personaje con el que unos años más tarde me monte un grupo, con el que descubrí los festivales, y con el que 20 años después estaba en Benidorm escuchando la continuación de aquella puta locura de canción…
El espectáculo de luz y sonido fue grandioso, el vibrar de la marabunta maravilloso, pero me di cuenta de la importancia de experimentar, de lo necesario que es descubrir y no conformarse nunca con lo mismo de siempre en momentos diferentes.
Uno puede envejecer, distanciarse del camino adecuado, perderse y volver… pero al final, todo es tan simple como no cansarse de descubrir cosas. Ese es el puto santo grial de la vida, el que hace que lo que vives merezca la pena y el que enlaza tu presente con tu pasado y con tu futuro.
Mi noche acabó con el concierto de Aloha Bennets. Una última cerveza, mi novia, mi mejor amigo, lo mejor de mi nueva vida alicantina y Rock. – ¿qué más se puede pedir?- – ¿Un tercer día? –
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